Lo que sucedió tras mi encuentro con Anna lo recuerdo como un manchón, como si una nube se hubiese posado sobre mis ojos y oscurecido todo a su paso. Tengo presente haber salido disparada del edificio golpeando a un ejecutivo en la carrera y recibir una cara de pocos amigos por su parte, luego subir a un taxi robándoselo a una señora que me gritó un par de insultos y luego viajar al otro extremo de la ciudad. Le pagué un enorme sobreprecio al taxista por haberse saltado unos cuantos semáforos en rojos y finalmente llegué a la tienda.
Y aquí estoy ahora. Me encuentro de pie frente a la puerta intentando reunir el valor necesario para lo que voy hacer y rezando al universo y a todos los dioses para que salga bien. Tengo que liberar a Milo. Necesito liberarlo.
Con un gran suspiro que me desinfla por completo, giro la llave en la cerradura y abro la puerta. La tienda está semivacía y el frío me cala hasta los huesos, pero no le doy mayor importancia. Camino los pasos que me separan de la escalera de caracol que lleva a mi departamento y subo con rapidez los escalones aferrándome a la barandilla para no caer. Abro la puerta con fuerza y me quedo de piedra al observar la habitación vacía.
Las cajas ya no están, quedan tan sólo algunos muebles grandes como la cama y el sillón, y, lo más importante, Milo no está por ningún lado. ¿He llegado muy tarde? No, no... Restan algunos días hasta que deba irse para siempre. ¿Dónde demonios se ha metido entonces?
—¿Milo? —pregunto al aire.
No recibo respuesta y me adentro en la habitación. No hay donde esconderse, la puerta del baño está abierta y no hay nadie adentro. El armario ya no se encuentra por lo que para esconderse debería meterse bajo la cama, aunque el espacio es reducido. Me dirijo hacia la mesada de la cocina y tomo su frasco entre mis manos heladas. Acaricio el material esperando que reciba mi llamado. Lo hago una, dos y tres veces, pero nada cambia.
—¿Milo? —Acerco mi boca hacia la punta del envase para que así le llegue mi voz con mayor intensidad.
Tampoco sucede nada.
Suelto un suspiro y me dirijo hacia el sillón donde me dejo caer con fuerza. Es evidente que no está en casa y tendré que esperar hasta que vuelva. ¿Dónde demonios se ha metido?
Recuesto mi cabeza sobre el brazo del sillón y cierro los ojos. A pesar de que sé que es una mala idea, tomaré una siesta hasta que llegue porque estoy en extremo cansada y sé que él me despertará al llegar porque suele caminar con pies de plomo y sus pisadas resuenan en la escalera.
—¿Daiana?
Escucho mi nombre a lo lejos y me remuevo en mi lugar intentando ignorar la voz que se dirige hacia mí. Aprieto los ojos e intento volver a dormir cómodamente como antes; sin embargo, no lo consigo.
—Pop, despierta.
Pop.
Solo escuchar ese apodo tonto me basta para abrir los ojos, terminar de despertarme e incorporarme de un salto. Mi cabeza choca contra algo duro y suelto un quejido de dolor, llevándome la mano a la zona sensible.
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Deseos imposibles
Teen FictionAtrapada en la rutina y sofocada por un empleo rutinario, Daiana lamenta haber dejado la granja familiar en busca de un sueño que carece de raíces y, con ella, a sus cinco hermanos y a sus tradicionales padres. Derrotada y sin esperanzas, sabe que l...