Capítulo 34

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Despierto con el sonido de la lluvia sobre el techo, un repiqueteo constante que atraviesa la habitación y me saluda con un «buenos días»

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Despierto con el sonido de la lluvia sobre el techo, un repiqueteo constante que atraviesa la habitación y me saluda con un «buenos días». Poco a poco abro mis ojos acostumbrándome a la escasa luz que ingresa a la habitación a través de las cortinas cerradas. Siento que me duelen las piernas y el trasero, me arden y de alguna manera eso me hace reír. Río por lo que sucedió anoche, por la manera en la que continuó la cita con Milo luego de que subiera la temperatura y nos olvidáramos del mundo.

Con una sonrisa en mis labios, estiro mi cuerpo sobre el colchón y suelto un bostezo. Llevo puestos unos pantalones que no son míos y debo parecer una demente por el buen humor que cargo tan temprano. De saber lo que sucedió, Ximena diría en broma que solo necesitaba una buena sacudida. Le doy un poco de razón y me levanto de la cama como si estuviera a punto de salir a Disney World. Mientras me encamino hacia el baño recuerdo lo que sucedió pocas horas atrás.

Luego de que Milo y yo dejáramos de fingir indiferencia y nos mostráramos lo mucho que nos gusta el otro, tuvimos una cena tranquila y deliciosa. Sin embargo, el genio se olvidó del postre y no pude permitir que la noche terminara sin un poco de helado. A pesar de que podía usar su magia, decidimos ir por nuestra cuenta a la heladería más cercana a tienda. Estaba lloviendo a cántaros y mis pasos repiqueteaban contra el mojado asfalto de la calle. El genio cargaba unas bolsas de papel que me hacían babear de solo imaginarlo y yo iba hablando como un loro sin dejar que un segundo transcurriera en silencio. Y así fue como, por no prestar atención a mi camino, pisé mal y me resbalé. Caí sobre mi trasero sobre un enorme charco y el dolor fue tal que temí haberme quebrado el coxis por el impacto.

—¿Estás bien, Pop? —me preguntó mientras intentaba contener una carcajada.

—Sí.

No tardó en ayudarme a poner de pie, pero mis piernas y nalgas dolían como los mil demonios y el pantalón tenía una enorme mancha de agua oscura. Me había mojado hasta la ropa interior y esa vez no de la forma positiva.

Por suerte, la tienda no estaba lejos por lo que volvimos antes de que me pudiera congelar. Corrí a la ducha a lavarme, tenía la piel con lodo y algunos rapones producto de la caída sobre la destruida calle. Milo, siguiendo su papel de caballero, me buscó un pijama en mi armario, brindándome un pantalón que no me pertenece y que tengo que devolver a Ximena en algún momento. Sin quejarme, me vestí y con los dientes castañeando por el frío me senté a comer frente al genio que finalmente dejó su preocupación de lado y rompió en risas. Me sentía avergonzada, aunque las carcajadas escaparon de mí en oleadas.

Después de eso, hablamos de temas triviales y comenzamos a ver una película que no recuerdo de qué iba porque me dormí a los pocos minutos. Y así me desperté esta mañana, solo que, en vez de estar en el sillón, lo hice en mi cama cálida.

Fue una noche grandiosa. Si bien no tengo otras experiencias para compararla, sí que repasé las citas de las tantas comedias románticas y dramas que he visto, y puedo decir con seguridad que nuestra cita no tuvo nada que envidiarle a Hollywood.

Deseos imposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora