Capítulo 17

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Si algo me ha enseñado la vida es que, si puedes fingirlo, puedes lograrlo

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Si algo me ha enseñado la vida es que, si puedes fingirlo, puedes lograrlo. Y como actriz, retirada o no, sin experiencia, creo que puedo comportarme como si perteneciera a la alta sociedad. Es por ello que cuando llego al elegante y caro edificio donde está mi nuevo departamento acompañada del genio, saludo al portero y al encargado de recepción como si los conociera de toda la vida.

No debo lucir sospechosa, esa es mi principal tarea. Siendo sincera, temo que alguno de ellos alerte a las autoridades al darse cuenta que no pertenezco aquí y no encontraría una buena manera de explicarles que he adquirido un piso en el más exclusivo edificio de la ciudad a causa de un deseo. Un deseo que me ha cumplido a un genio milenario que no es azul como en la película sino joven y atlético. Cualquiera en su sano juicio me retendría y me haría examinar, y dudo que sea un loquero sea un lindo lugar para pasar el resto de mis días.

—Buen día, señorita. ¿Cómo puedo ayudarla? —El encargado luce amable. Es un señor mayor de cabello canoso y con más arrugas en su rostro que una uva pasa. Me sonríe al hablar, probablemente por obligación.

—Me han regalado un apartamento en este edificio —miento—, pero desconozco el número. Verá, ha sido un regalo de graduación y para mantener el misterio, mi padre solo me ha entregado la llave. A él le encantan los juegos y quería que fuera una sorpresa. ¿Usted podría ayudarme?

Arruga el ceño, confundido; sin embargo, no me contradice. Debe ser normal que padres adinerados regalen pisos carísimos en esta zona de la ciudad.

—Claro, dígame su nombre.

—Daiana Gardino.

Introduce mi nombre en la computadora y alza las cejas con asombro al leer lo que sea que diga de mí allí. ¿Debería preocuparme o alegrarme? ¿Es hora de correr o debo tener fe?

—Acompáñame, señorita Gardino. Con mucho gusto la llevaré a su nueva vivienda.

Le agradezco con una sonrisa y lo sigo por el amplio pasillo hacia el ascensor. Milo camina a mi lado guardando silencio, creo que sigue dormido o tan solo no le importa. A mi parecer su presencia ayuda porque él sí luce como alguien con dinero y cualquiera que me mire dos veces se daría cuenta que mi ropa no es nueva. Al encargado no le importa y me ofrece cargar con la pequeña maleta que he traído conmigo en la que guardé algunas prendas por si siento necesidad de quedarme. Por cómo va la situación, parece que tendrán que sacarme a rastras para volver a Koskovish Antigüedades.

—¿Podría prestarme su llave por algunos segundos, por favor? —me pide el hombre tendiéndome una mano enguantada.

Le entrego el juego de llaves y lo observo introducir la más pequeña en una rendija de la caja metálica. Un pequeño botón se despliega y lo presiona sin mucha fuerza. El elevador comienza a subir al instante y con velocidad, avanzando piso a piso. Veo los números cambiar en la pequeña pantalla y me sorprendo al percatarme que los superan el cien. Luego de un minuto o menos donde nadie dice nada, el aparato se detiene y la puerta se abre ante nuestras narices para dejar al descubierto un amplio departamento que ahora puedo llamar mío.

Deseos imposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora