Capítulo 7

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Por los próximos días mantengo distancia del frasco de perfume

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Por los próximos días mantengo distancia del frasco de perfume. Lo he guardado con cuidado en lo más recóndito de mi armario, allí donde las pelusas se reúnen y nunca logro eliminar el polvo por completo. He evitado pensar en Milo y en sus deseos, estoy intentando mantenerlo fuera de mi vida por la mayor cantidad de tiempo posible. Necesito no meterme en problemas por unos días o le causaré un infarto a mi pobre jefa.

La tienda permanece silenciosa, Gertrudis mira su telenovela turca en la pequeña cocina y yo me dedico a quitar la suciedad de los muebles y objetos en venta, tarea que puede llevarme toda la vida considerando que todo está cubierto de polvo. Estornudo cada dos minutos y creo que en cualquier momento me orinaré. Odio las alergias; las odio más que al genio malhumorado y eso es mucho decir.

Siento la campana de la puerta sonar y asomo la cabeza entre las estanterías repletas de muñecos que, gracias al cielo, no lucen diabólicos. Diviso una abundante melena rubia y no necesito ver más para saber de quién se trata. Sonrío de manera instantánea, sé que mi día será divertido o un dolor de cabeza según el humor que cargue la rubia esta tarde.

—¿Daiana? —Escucho su voz—. ¿Ya te comieron los gusanos?

—¡Estoy por la zona de cerámicas!

El tintineo de sus llaves, así como el tap, tap, tap de sus tacones me indica que se está acercando. Pronto su cuerpo atlético aparece en mi campo de visión y una sonrisa gigante adorna su bello rostro. Viste como si estuviera a punto de ir a una fiesta y lamento que tenga que ensuciarse al pasar por aquí.

—¡Pompis! —exclamo al verla con una sonrisa curvando mis labios y le dedico un abrazo.

—Ya deja de llamarme así, amiga. Tienes que superarlo.

Rio ante su respuesta y ella me estrecha con más fuerza. El sobrenombre surgió hace unos años luego de que su sobrino Jonathan le avisara que tenía pegada una calcomanía de colección en sus nalgas. Ella vestía un traje de baño húmedo por lo que el pequeño sticker falleció en el acto. El niño lloró el resto de la tarde y a veces siento que le tiene rencor a su tía por lo sucedido. Desde entonces, aprovecho cada oportunidad que se me presenta para llamarla así porque sé que no le molesta, pese a sus palabras. Si lo hiciera, nunca me atrevería a molestarla de esa manera.

—¿Dónde está mi madre?

Toma asiento en uno de los sillones en venta y hace una mueca cuando una nube de tierra se eleva en el aire. Me queda pasar la aspiradora, claramente.

—Me sorprende que hagas esa pregunta.

—Viendo novelas turcas, claro.

Asiento, volviendo a mi tarea de limpieza.

—Creo que es la tercera vez esta semana que secuestran a la niña —bromeo con cansancio, aunque es cierto porque la trama de esa telenovela no tiene sentido.

Deseos imposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora