El pánico me invade, los recuerdos me azotan y por un segundo no recuerdo ni cómo me llamo.
Me alejo de Milo con el corazón latiéndome desbocado y la cabeza dándome mil vueltas. El encuentro con Tobias me ha desestabilizado, sí, lo que ha sucedido entre nosotros y los sentimientos han sido confusos, pero nada se compara con saber que a partir de mañana mi vida volverá al punto donde estaba hace cuatro años. Sin trabajo, sin comida, sin dinero, sin nada.
Yo mejor que nadie sé que debería haber armado un plan, que tendría que tener un as bajo la manga porque era obvio que este trabajo no dudaría para siempre. Mi plan B era ser actriz, bah, mi plan A, B, C y todo el maldito abecedario.
Estoy frita.
Me llevo las manos hacia la cara mientras camino sin control ni sentido por la tienda. Quiero gritar y dejar ir todos los sentimientos que tengo contenidos en mi interior. Quiero romper algo, hacer una pataleta y actuar como una niña caprichosa. Quiero perder el control por completo; sin embargo, en lugar de hacer algo de todo eso, cierro los ojos con fuerza y me concentro en no llorar.
No quiero volver a llorar, no quiero llorar ni un día más en mi vida.
Me concentro en lo obvio, en el lado bueno que tanto me cuesta ver ahora mismo. Gertrudis merece una vida tranquila, sin preocupaciones y sin tener que despertarse cada mañana para ir a aburridas ventas de garaje peleando contra las inclemencias del clima. Si vender la tienda le brinda esa tranquilidad, estaré feliz por ella.
Aun con el lado bueno, no puedo evitar pensar en lo que será de mí. Tendré que volver al campo con mi familia o bien encontrar un apartamento rápido y un nuevo trabajo. Todo parece imposible en este momento, pésimas opciones y no quiero elegir ninguna de ellas. Me he quejado de la tienda y del polvo, de los aburridos clientes y de mi aburrida vida; sin embargo, ahora mismo parece un sueño hecho realidad. Un sueño que se cae a pedazos.
—¿Pop, te encuentras bien?
Llevo una mano hacia mi vientre, de pronto se me ha revuelto el estómago y necesito vomitar. Descanso mi otra mano sobre el mostrador, dejando mis huellas marcadas en el vidrio que tanto me concentré en pulir.
—Sí —suelto con un hilo de voz.
—Genial —masculla y me cuesta trabajo comprenderlo—. Ahora. ¿podrías decirme qué demonios estaba sucediendo cuando llegué?
Elevo mi mirada y la dirijo hacia él. Ha dejado la bolsa con la comida sobre la caja registradora y el simple hecho de pensar que hace pocos minutos me moría de hambre me provoca arcadas.
—¿Qué? —suelto con confusión.
—¿Tobias y tú? —exclama—. ¿Es en serio?
Sus ojos están abiertos con sorpresa, sus labios fruncidos y su rostro no muestra ni un atisbo de broma. Está serio, no lo había visto así en... pues nunca. Nunca había estado serio, siempre ha sido bromista y despreocupado. Un dolor de cabeza que me hacía reír y, sobre todo, enojar hasta despertar mi lado asesino. No entiendo lo que sucede, mi cabeza es un lío.
ESTÁS LEYENDO
Deseos imposibles
Teen FictionAtrapada en la rutina y sofocada por un empleo rutinario, Daiana lamenta haber dejado la granja familiar en busca de un sueño que carece de raíces y, con ella, a sus cinco hermanos y a sus tradicionales padres. Derrotada y sin esperanzas, sabe que l...