La habitación de Gertrudis es un torbellino de actividad a pesar de que el reloj marca a penas las siete de la mañana. Ximena descansa su cabeza en mi hombro mientras observamos a los médicos y enfermeros tratar a su madre desde el pasillo que da a la vidriada habitación.
Trudis ha evolucionado estupendo luego de su problema de salud y la han mantenido en observación por varios días para poder comprobar que todas sus funciones sigan igual de bien. No puedo contar la cantidad de estudios y pruebas que le han realizado y mucho menos repetir sus nombres, pero por fortuna todo arroja buenos resultados. Sé el secreto detrás de su excelente salud y así seguirá porque si llego a decir que un genio milenario la curó, me mandarán al loquero.
Ahora, queda que le den de alta en el transcurso del día para poder llevarla a su casa donde podrá descansar con más comodidad. Su hija menor se mudará con ella para cuidarla y yo la voy a ayudar en todo lo posible. Mi prioridad número uno en este momento es aligerarle todo el trabajo posible, sin importar el futuro de la tienda.
No hemos hablado sobre la venta y por lo poco que he escuchado, la oferta del cliente de Tobias era muy buena, aunque no han aceptado todavía. Es necesario que Gertrudis se encuentre en buenas condiciones de salud para poder firmar y eso todavía no ha ocurrido. No he mencionado mis preocupaciones sobre dónde viviré y cómo mantendré mi heladera llena porque en este momento no parecen importantes. Sobreviviré, siempre lo hago. ¿Verdad?
—Creo que me iré, parece estar todo en orden —anuncia Isabella con un claro tono de cansancio.
—Hasta luego, pompis —la saludo esbozando una sonrisa—. Te avisaré cuando tengas que venir por nosotras.
Me dedica una sonrisa somnolienta y, luego de brindarle un beso y un fuerte abrazo a su madre, se retira. El personal del hospital lo hace poco después de ella y me quedo finalmente a solas con Gertrudis quien espera ansiosa su desayuno.
—¿Milo no nos acompañará hoy? —pregunta mi jefa, ya sentada sobre la cama.
Niego con la cabeza.
—No, le dolía la cabeza.
—Es una pena, siempre tiene historias interesantes para contar.
—Puedo contarte una historia interesante —digo con duda.
La realidad es que no puedo porque no tengo nada interesante para contarle y no quiero que sacar el tema de la venta. Lo menos que quiero es ponerla incómoda.
—Claro que sí, niña. Tú y yo tenemos una conversación pendiente, ¿no?
—¿La tenemos? —suelto con un hilo de voz.
Mi corazón se salta un latido, como siempre imaginando lo peor. Es definitivo, me va a decir lo de la tienda; me va a echar a la calle para que me coman las ratas cuando duerma tras un basural por no tener trabajo para pagar un alquiler.
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Deseos imposibles
Novela JuvenilAtrapada en la rutina y sofocada por un empleo rutinario, Daiana lamenta haber dejado la granja familiar en busca de un sueño que carece de raíces y, con ella, a sus cinco hermanos y a sus tradicionales padres. Derrotada y sin esperanzas, sabe que l...