Me despido de Gertrudis con un abrazo rápido, el corazón apretujado y la pequeña maleta que había llevado a mi reluciente departamento esperando por mí en el suelo. El sol ha salido hace algunas horas, pero debido al cansancio me ha costado salir de la cama. Hay personas a las que los nervios los mantienen en vela y otras, como yo, que necesitan que alguien los zamarree para despertarse, una tarea que realizó Milo y que sospecho que disfrutó. Ahora, por culpa de mi sistema alocado, voy con retraso y espero que la vieja Ford no tenga intenciones de quedarse en el camino o todo lo que he hecho habrá sido en vano.
Milo se encuentra en el asiento del copiloto de la camioneta y, al igual que ayer, permanece sospechosamente callado. Creo que después de todo ha comprendido que estoy enfadada con él por lo sucedido, no intenta siquiera soltar una broma de mal gusto para hacerme reír. También debe haberse dado cuenta que me odio a mí misma y eso es mil veces peor.
Ingresamos a la carretera cuando el reloj marca las diez de la mañana y el tráfico se encuentra cargado tal y como lo sospechaba. Sé que debo apresurar la marcha si deseo llegar antes del atardecer a la casa de mi prima para luego partir hacia la granja de mi familia. El viaje no es largo en comparación con otros destinos, el campo del que provengo está solo a un par de horas de distancia; sin embargo, los camiones de carga pesada ocupan la carreta, impidiendo el paso, y el lento andar del automóvil son dos obstáculos imposibles de superar.
—¿Quieres que maneje? —se ofrece el genio, cortando el silencio—. Te ves estresada. No me malinterpretes.
—Estoy bien.
—Pop, puedes pedir ayuda. Te juro que no haré que nos estrellemos ni mi magia echará a perder el motor de la camioneta. Puedo ser útil.
—Estoy bien —insisto intentando sonar calmada porque, enojada o no, se ha ofrecido y debe ser la primera vez en su vida.
—¿Puedo encender la radio?
No contesto, tan solo presiono el botón de encendido de la vieja radio que tarda unos momentos en volver a la vida. No puedo evitarlo y una sonrisa se apodera de mis labios al escuchar una canción que me lleva de regreso a mi infancia cuando todo parecía menos complicado y mi única preocupación era hacer las tareas de la escuela. Es una canción de una conocida telenovela que miraba sin falta cada tarde mientras tomaba una leche caliente con chocolate, la misma telenovela con la que lloraba como si hubiese sido capaz de entender lo que era el amor y perder a alguien.
Recuerdo a mis hermanos burlándose de mí, pero acompañándome cada tarde. A mi madre sonriendo cuando me reía a carcajadas y a mi prima y a mí aprendiéndonos las coreografías para luego bailarlas frente a toda la familia. La vida era simple, dulce y pasaba rápido. Si tan solo la vida adulta fuera así.
—Pero no vino nunca, no llegó. Y mi vestido azul se me arrugó. Esta esquina no es mi esquina y este amor ya no es mi amor. Pero no vino nunca, no llegó. Y yo jamás sabré lo que paso, me fui llorando despacio, me fui dejando el corazón.
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Deseos imposibles
Ficção AdolescenteAtrapada en la rutina y sofocada por un empleo rutinario, Daiana lamenta haber dejado la granja familiar en busca de un sueño que carece de raíces y, con ella, a sus cinco hermanos y a sus tradicionales padres. Derrotada y sin esperanzas, sabe que l...