Me veo obligada a sacrificar mi horario de almuerzo y descanso para ayudar a Gertrudis a realizar las entrevistas para el puesto de ayudante. En los pasados días, entre nuevos clientes y muchas ventas, hemos recibido un sinfín de currículos de gente interesada en trabajar con nosotras, desde adolescentes que acaban de cumplir la edad legal para buscar empleo hasta adultos entusiasmados por la historia. Luego de evaluar cada hoja de vida, llamamos a los que se adaptaban al puesto, pero aun así me resulta un dolor de cabeza elegir solo a uno. Todos están mejor capacitados que yo, a mi parecer cualquiera sería una buena incorporación.
Sería idiota de mi parte no admitir que eso me asusta. No quiero perder mi empleo, no quiero que Trudis se dé cuenta que contrató a alguien que no tenía idea de nada y que, por el mismo dinero y menos dolores de cabeza, podría tener a una persona mil veces mejor.
—Queda un último candidato y podremos seguir con nuestras tareas —me avisa mi jefa, con una clara expresión de cansancio.
Me enderezo, provocando que los huesos me crujan y le doy un sorbo al horrible y aguado refresco de naranja que Trudis ha preparado. Somos dos las que están agotadas; solo quiero cerrar la tienda e irme a dormir una siesta. También tomar una rica mediatarde para recomponer fuerzas.
Sabiendo que ese deseo no es una posibilidad, me concentro en la tarea que tenemos por delante. Observo ingresar a la tienda al último candidato y, sin poder evitarlo, escupo el jugo debido a la sorpresa. No le doy crédito a mis ojos.
—Niña, ¡¿qué modales son esos?!
Limpio mi barbilla con una servilleta y hago lo mismo con la mesa. He mojado las hojas por lo que intento absorber el líquido con servilletas de papel. No parece surtir ningún efecto y mi jefa me mira mal, aunque intenta disimularlo ya que tenemos compañía.
—Lo siento —murmura.
—Compórtate —me responde con el mismo volumen de voz.
El muchacho se sienta frente a nosotras, con una sonrisa burlesca adornando su rostro. Viste formal pero casual y parece que se ha peinado. Lo pateo instantáneamente bajo el escritorio y sonrío triunfante al observar una mueca en sus labios.
—Buenas tardes, Milo —lo saludo con una sonrisa falsa en el rostro. No necesito mirar su resumen para saber que es él—. ¿Cómo te encuentras?
—Muy bien, gracias.
—Muchacho, me asombra tu currículo —interviene Gertrudis yendo directo al grano, tal y como a ella le gusta—. Tienes muchas habilidades y conoces muchos idiomas. ¿Por qué querrías trabajar en Koskovish Antigüedades y no conseguir un mejor empleo?
—Sí, Milo. —Sonrío con burla—. Por favor, dinos.
El genio sonríe mientras lo fulmino con la mirada. El muy idiota me reta en silencio, sabe que no puedo decirle nada frente a mi jefa sin meterme en problemas. Sin quedar como una loca que no sabe explicar de dónde lo conoce y por qué no confía en él.
ESTÁS LEYENDO
Deseos imposibles
Teen FictionAtrapada en la rutina y sofocada por un empleo rutinario, Daiana lamenta haber dejado la granja familiar en busca de un sueño que carece de raíces y, con ella, a sus cinco hermanos y a sus tradicionales padres. Derrotada y sin esperanzas, sabe que l...