Capítulo 42

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No pensar en las reglas y en los planes secretos que tracé con Gertrudis es complicado

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No pensar en las reglas y en los planes secretos que tracé con Gertrudis es complicado. Con el pasar de los días, estoy cada vez más convencida que mi mente se volverá inútil cuando termine este mes. Trato de sacar de mi mente tanto como puedo a mi jefa y al gran libro rojo, lo cual es un desafío enorme porque es todo en lo que quiero concentrarme. Solo quiero encontrar una solución para la situación de Milo; en cambio, recurro a canciones infantiles o pensamientos sin sentido que me provocan dolor de cabeza y, en consecuencia, un mal humor que podría enviar a Satanás de nuevo al infierno si se atreve a poner un pie en la tierra. Para este punto, sin duda alguna, el genio me debe considerar loca. No lo culpo, escuchar mis pensamientos es una tortura.

Lo que más incomodidad me produce, sin embargo, es no recibir noticias de Anna y saber que el reloj no está a nuestro favor. Gertrudis le dio el inmenso libro lleno de artículos y capítulos, y me aseguró que su hija lo leería para darme una respuesta pronto. Pero ese pronto aún no ha llegado y me estoy desesperando.

Pronto terminaré de perder la poca cordura que me queda y le soltaré todo al genio.

—Creo que deberíamos tener otra cita —suelto de golpe, cortando el espeso silencio que se ha formado.

Los ojos de Milo buscan los míos y una expresión de asombro mezclada con un poco de confusión reclama su rostro. Sus labios se curvan con rapidez y una carcajada diminuta escapa de ellos.

Nos encontramos en casa de Trudis, para ser más específica en el sillón color marrón claro de la sala de estar. Es un sofá de tres cuerpos y cada uno está a un extremo por lo que en el medio queda un espacio vacío. Una novela se reproduce en la televisión y los leños se queman en la chimenea brindando calor a la vivienda. Mi jefa ha ido al baño y aproveché los segundos de privacidad para hablarle.

No puedo revelarle lo de las reglas, me dirá que es una pérdida de tiempo y querrá disuadirme. Tampoco quiero que nuestros últimos días juntos sean tan aburridos como compartir un gran sillón y mirar televisión.

Si no le ganaré al tiempo, al menos quiero que se vaya con un buen recuerdo de mí. De lo que fuimos: enemigos, amigos y la categoría que ocupemos ahora.

—Vaya, que manera sutil de preguntar, Pop —se burla—. Podrías haberme dado un chocolate o, mira qué poco te pido, una sonrisa.

Ruedo los ojos.

—¿Sí o no? —insisto.

—¿Tengo que contestar ya?

—¿Tienes algo mejor que hacer?

Vuelve a reír y lleva sus manos hacia su nuca para buscar una mejor posición. Apoya su cabeza en ellas y me observa de manera divertida.

—Bien —accede—. Tendremos una segunda cita, pero es tu turno de sorprenderme.

Asiento, de acuerdo con su propuesta.

—Considéralo un hecho.

Gertrudis vuelve a aparecer en el living y nos brinda una cálida sonrisa, sin saber que acaba de interrumpir una conversación interesante. Toma asiento en su sillón individual y recoge la taza de té que estaba bebiendo antes de ir al baño. Su salud es perfecta, bueno, tan perfecta como puede ser para una mujer de su edad y eso me brinda toneladas de tranquilidad.

Deseos imposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora