Capítulo 38

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La ley del hielo es real y es estúpida, aunque muy útil cuando eres una cobarde como yo

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La ley del hielo es real y es estúpida, aunque muy útil cuando eres una cobarde como yo.

Me mantuve en silencio por los días siguientes a la discusión, en un silencio asfixiante de esos que te cortan la respiración al querer hablar. No me sentía contenta con cómo había actuado con Milo, pero la presión sobre mí había sido tanta que había explotado y los restos de mi destruido ser habían impactado con el primer ser vivo que habían encontrado.

No estoy orgullosa de mí.

Admito mi error, pero no lo he hecho en voz alta. Él puede leer mis pensamientos y debe saber bien lo que pienso, aun así, sé que debo dar el paso.

Milo merece algo mejor, alguien que no esté a punto de besarse con su ex después de una hermosa cita y, sobre todo, merece una disculpa; sin embargo, me siento incapaz de brindársela sin sonar como una hipócrita. Por esa tonta razón, me mantuve muda a su alrededor por casi dos días y tan solo me limité a asentir con la cabeza cuando él se dirigía a mí. Las conversaciones fueron cortas y las palabras, escasas; tan solo unas pocas líneas que se convirtieron en rutina.

«¿Te molesta si voy a correr?». Mi respuesta en este caso era negar con la cabeza.

«¿Quieres cenar?». Podía negar o asentir, como soy cabeza dura mayormente decía que no.

«¿Irás a ver a Gertrudis?». Otro asentimiento.

«¿Puedo ir contigo?». Volvía a decir que sí con un movimiento.

Sé que Milo no está feliz con mi comportamiento, su cara de pocos amigos al verme esta mañana me lo confirma. Han pasado dos días y me sigo comportando como una niña idiota, pero no puedo detenerme. Es una convivencia difícil, sobre todo porque a pesar de que le pedí que volviera a su frasco, sé que odia estar encerrado y cada tanto sale para buscar contacto con la raza humana o para aspirar aire fresco. Me acompaña a visitar a Gertrudis cada mañana, habla con ella y la hace reír a carcajadas mientras los observo desde un rincón de la habitación.

Debo disculparme. Debo pedirle perdón. Debo decirle que me he comportado como una idiota y que ha tenido razón el recriminarme por mi comportamiento y mi falta de responsabilidad afectiva. Sé que debo hacerlo, pero cuando abro la boca para decirle todo lo que siento, la vuelvo a cerrar de manera automática. Es como si algo me lo impidiera.

Y aquí me encuentro ahora, revolviendo un café con leche que ya está frío mientras el genio come una tostada demasiado oscura que se me ha quemado por no prestar atención. Aún visto pijama, el día está frío y el sol no ha salido. En poco más de una hora iré a ver a Trudis para acompañarla y ayudarla a reponer fuerzas mientras Ximena descansa luego de pasar la noche en vela con ella y Anna trabaja para poder pagar la clínica privada.

Suspiro y provoco que los ojos dorados de Milo se posen sobre mí una vez más. Lo he estado observando por los últimos minutos de manera disimulada, por el rabillo del ojo o alzando la vista sin elevar la cabeza; mis ojos no se han despegado de su rostro adormilado. Ahora nuestras miradas se encuentran y no tengo escapatoria. Deja la tostada sobre el plato y sacude sus manos, se lo ve enojado.

Deseos imposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora