Capítulo 35

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Sus ojos azules, tan profundos como un océano tormentoso, me recorren de pies a cabeza sin disimulo ni apuro

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Sus ojos azules, tan profundos como un océano tormentoso, me recorren de pies a cabeza sin disimulo ni apuro. Luce asombrado, pero a la vez no. Es como si supiera que iba a estar allí y de todas formas no esperaba verme. Es extraño. Su presencia aquí es extraña.

—Hola, Daiana —suelta finalmente como si esas palabras no descontrolaran todo, como si no supiera que su presencia aquí es un gatillo de dudas y confusión.

Mientras me observa, su rostro se vuelve inexpresivo como siempre; tranquilidad y profesionalismo, incluso cuando no trabajaba siempre era así. Su cabello castaño está ordenado a la perfección y, a pesar de que no viste un traje como la última vez que nos encontramos, se ve elegante y formal porque esa es su esencia. Puede lucir pantaloncillos de gimnasia y lucir como alguien listo para ir a una ronda de negocios. Es lo opuesto a mí, siempre con el cabello alborotado y ropa sucia que indican que he estado trapeando el suelo sin cesar por los últimos minutos. Me siento cohibida, avergonzada y fuera de lugar.

—¿Qué haces aquí? —Las palabras me salen como balas, rápidas y letales—. ¿Por qué estás en esta tienda?

—Podrías intentar lucir menos ofendida.

Relajo mi postura casi de inmediato porque, aunque me cueste admitirlo en el medio de esta situación, él tiene razón. No sé qué hace aquí, tampoco sé si es algo urgente o que nos incluye. También es cierto que desde que lo vi me puse en posición de defensa; de todas las personas que habitan el mundo, a quien menos esperaba ver en la tienda era a él. No puede culparme por sentirme asombrada, él no debería estar en la ciudad y mucho menos en la tienda

—Lo siento, no esperaba verte aquí —le confieso—. No quise ser grosera contigo.

—Bueno, somos dos.

Esconde las manos en los bolsillos delanteros de sus pantalones color caqui, la camisa a rayas azul le luce los ojos de tal forma que debería ser considerado ilegal y la campera de lluvia, moderna y juvenil, marca sus hombros de una manera que me enloquece a pesar de todos estos años que han pasado. Me obligo a apartar la vista y la poso en la puerta, deseando que Milo llegue pronto para sacarme de esta situación incómoda.

—Llegaste a la tienda donde trabajo —digo con obviedad, mientras acomodo mi cabello de la manera más disimulada posible—, ¿a quién esperabas ver?

Ignora mi pregunta y comienza a pasearse por la tienda, observa los objetos como si fueran los artículos más interesantes que ha visto en su vida e incluso toma algunos en sus manos para tantearlos. No responde mi pregunta y eso hace más obvio el hecho de que él sí sabía que yo iba a estar aquí.

Me irrita no saber a qué ha venido, ¿ha sucedido algo con mi familia? ¿El banco encontró irregularidades con la compra de la granja? No, si fuera algo de eso no luciría tan relajado, tan... tan confiado. Y, sobre todo, no me enteraría por estos medios. Mis padres o mis hermanos me habrían llamado, su padre me habría llamado.

Deseos imposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora