Conduzco con agilidad entre las calles semivacías de la ciudad, con la radio como compañía y el estómago lleno y contento. Encontré un lindo bar cerca de la zona de tribunales donde pedí una hermosa pizza que me hace babear con solo recordarla. No bebí alcohol, pero me siento en las nubes. Esta ha sido una de las mejores noches que he tenido en muchísimo tiempo y siento que la sonrisa en mi rostro es imposible de borrar.
Me detengo ante una luz roja en la intersección de dos calles y observo con ojos de soñadora la ciudad que poco a poco se apaga. Renuevo la marcha y avanzo unas calles más hasta encontrar un control policial de rutina. Saludo con un movimiento de cabeza y me detengo al costado de la carretera sin temor. Es normal encontrar controles los fines de semana pues los jóvenes suelen salir de fiesta y vuelven alcoholizados a casa.
—Buenas noches, señorita.
—Buenas noches, oficial.
Le sonrío mientras busco los papeles del auto para enseñárselos. Me reconforta saber que todo está ordenado en la guantera del vehículo.
—¿Puede mostrarme su licencia?
Entrego mi licencia y los papeles del seguro y propiedad, a pesar de que no me los ha pedido. Espero mientras los observa y el corazón se me detiene cuando frunce el ceño.
—Espere aquí, por favor.
Asiento, sin saber que más hacer.
El oficial de policía se acerca a su compañero que está junto a la patrulla y le muestra mis pertenencias. Señala el vehículo y niega con la cabeza, está claro que se siente confundido. Los dos comparten una charla que no alcanzo a oír; sin embargo, algo en mi interior me indica que esa conversación no es de rutina y que mi excelente noche está por volverse complicada. El oficial que tiene mis papeles, comprueba algo en su teléfono y el otro policía acorta la distancia que nos separa.
—Señorita, voy a tener que pedirle que baje del auto.
—¿Todo en orden, oficial?
Desabrocho el cinturón de seguridad, por completo confundida con los sucesos, aunque sintiéndome igual de culpable.
—Baje del automóvil, ahora.
Desenfunda el arma reglamentaria, no la eleva, pero la sostiene junto a su cuerpo mientras me observa y ahogo un grito. ¿Qué demonios?
Abro con rapidez la puerta, pongo los brazos en alto porque me parece que es lo más adecuado dadas las circunstancias y sigo sus instrucciones. Llevo las manos a mi nuca y permito que palpe mi cuerpo buscando Dios sabe qué. El corazón me late desbocado en el pecho, me siento como una delincuente y no comprendo por qué. ¿Qué he hecho mal?
—Daiana Gardino, se encuentra arrestada por robo —suelta con dureza—. Tiene derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga puede y será usada en su contra en un tribunal de justicia. Tiene derecho a hablar con un abogado y que un abogado esté presente durante cualquier interrogatorio. —Mi boca amenaza con caer al suelo mientras lo escucho recitar la cláusula Miranda—. Si no puede pagar un abogado, se le asignará uno pagado por el gobierno. ¿Le han quedado claro los derechos previamente mencionados?
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Deseos imposibles
Teen FictionAtrapada en la rutina y sofocada por un empleo rutinario, Daiana lamenta haber dejado la granja familiar en busca de un sueño que carece de raíces y, con ella, a sus cinco hermanos y a sus tradicionales padres. Derrotada y sin esperanzas, sabe que l...