8. ¿CHUCKY O ANNABELLE?

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BROOKE

—Así que, en resumen, Cecil es un ente. No puede leer pensamientos como por un momento pensé, solo poseer a personas. Aunque al parecer puede poseer por un escaso tiempo porque la debilita. Oh, y le encanta el sufrimiento ajeno —repito lo que me dijo Dorian, que es lo que encontró en uno de los libros que le dio su biblioteca sobre fantasmas. Según él, hay muchos tipos de ellos, un ente no es lo peor por sorprendente que parezca.

—Ajá —Dorian asiente, asomando su cabeza desde donde estamos ocultos.

—¿Y encontraste otra cosa? —le pregunto a Dorian—. ¿Sabemos cómo atraparla?

—No.

—¿Y entonces qué? ¿Solo la enfrentamos?

—No lo sé —asoma un poco más su cabeza para mirar afuera.

Nos encontramos agachados en el auto para ver si se ve algún rastro de la bruja. Casi veinte minutos y todavía no pasa nada.

Lo único que estamos consiguiendo es el dolor de cuello.

—Quizá si les digo a mis tías como si nada...

Dorian me corta. 

—Olvídalo. Se darán cuenta.

Estoy a punto de replicar y darle argumentos validos cuando Dorian se queja. Y no de mí. 

Intento mirar sobre él, pero no consigo ver nada. Por lo que me arrimo sobre él y dirijo mis ojos hacia... un cachorrito. Meandole la rueda del auto. Y por cierto, ahora sí que se está quejando de mí. 

—Me estás aplastando —intenta quitarme. 

No le hago caso. 

—¿Cómo puedes quejarte de este cachorrito de aquí?

—¿Cachorrito? ¿A eso le llamas cachorrito?

Vuelvo a colocarme en mi asiento cuando el can se aleja hasta la otra calle. 

—Pero sí lo es. 

—Eso era un pastor alemán. Grande. Y de años también. 

Tampoco le hago caso a eso, porque entonces... 

—¡Allí! —me incorporo rápidamente y le señalo justo en la acera de enfrente.

—¿Dónde? —Dorian salta en su asiento, siguiendo mi mirada. 

—Entró a la tienda de juguetes. 

Dorian y yo nos apresuramos de bajarnos del auto y seguimos la bruma espesa, es decir, a Cecil. 

—Estábamos equivocados —le digo a Dorian—. Quiere ver sufrir a todo el pueblo de Salem.

—Es ridículo.

Sí, lo era.

—No digas eso frente a ella —añado. 

Los dos hacemos una mueca a la vez.

—Aguarda —me retiene del brazo—. Necesitamos algo para que no nos reconozca.

Chasquea los dedos.

Puf.

De pronto, mi melena rojiza fue oculta por una peluca negra, mi chaqueta color camel fue reemplazada por una roja y unas gafas negras me cubren los ojos. Miro rápidamente dentro del auto, donde yacía mi chaqueta en el asiento. Suspiro y volteo para echarle un vistazo a Dorian. Al igual que yo lleva una chaqueta que le tapa hasta el cuello, unos lentes y unos bigotes falsos.

—¿Es en serio?

—Sí —se rasca el bigote—. Ahora andando. No perdamos el tiempo.

Sus piernas eran tan largas comparadas con las mías que me veo prácticamente corriendo a su lado para ir a su mismo nivel de caminata.

Antes de entrar ambos nos detenemos y miramos sobre los ventanales con cierta discreción. Bueno, más o menos. Porque un señor que se encuentra mirando trenes de juguetes se nos queda viendo con una expresión recelosa. Al instante, Dorian y yo nos enderezamos y con una sonrisa entramos a la tienda.

Mis ojos miran a nuestro alrededor, atenta. La juguetería no es pequeña precisamente, por lo que Cecil puede estar en cualquier parte. O en cualquier persona...

En nuestro frente hay un espacio lleno de peluches, desde ositos pequeños a gigantes. Pasamos por al lado de unas Barbies y entramos a la siguiente sección: muñecos.

Gimo.

Por favor, por favor que no posea una muñeca, pienso. No quiero tener nada que ver con un Chucky o con una Annabelle. Puedo con las películas, pero si me llega a pasar en la vida real sería la primera en morir.

—Solo los demonios pueden poseer objetos —Dorian dice.

Lo miro, y cuando lo hago sé que se dio cuenta de mi cambio de humor repentino. Noto como sus ojos oscuros intentan calmarme.

Asiento y seguimos adelante, pero antes tengo que tragar con fuerza para deshacerme de mi miedo. No puede poseer objetos, pero sí cuerpos. 

Quería preguntarle a Dorian por los otros libros que encontró en su biblioteca, no obstante, para eso tendría que esperar. Nos estamos arriesgando con tan solo perseguirla. Sin un adulto, y si alguien nos veía haciendo magia, sería nuestro fin. Así que solo estamos aquí para ver que no pase nada malo y si pasa... que Hécate se apiade de nosotros.

Y entonces vuelve a suceder: aquel frío que recorre cada uno de nuestros huesos y un aire gélido a pesar de que no haya ninguna corriente prendida.

Dorian y yo nos echamos un vistazo antes de girar sobre nuestros talones.

Abro la boca, a punto de decirle que los disfraces no sirvieron para nada. Sin embargo, la vuelvo a cerrar.

La sensación había desaparecido.

Con un suspiro volvemos las vistas hacia al frente.

Dorian me da una sonrisa egocéntrica. Pongo los ojos en blanco.

—No sé si es mejor o peor que esté casi vacío —menciono, pasando por al lado de unos autos y camiones de distintos colores.

—Mejor, porque hay menos probabilidades de que dañe a las personas. Peor, porque somos más visibles.

—Lo sé, por eso te dije que no sé si es mejor o peor —lo miro con una expresión que dice «¿en serio?».

Rodamos los ojos al mismo tiempo.

—Casi pasan desapercibidos —nos dice una voz a nuestras espaldas—. Entonces los escuche peleando como un viejo matrimonio.


TRUCO, TRATO, AMOR Y MALDICIONESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora