BROOKE
Estoy nerviosa. Nerviosa por Dorian y sus sentimientos mágicos hacia mí. Me dijo cosas bonitas que ningún chico me ha dicho nunca. Me hizo una trenza, por Hécate.
Solo quedan unos pocos minutos para que se acabe el efecto, pienso. Unos minutos más de un Dorian enamorado y ya está. No es el fin del mundo.
No es el fin del mundo, vuelvo a repetirme. Y entonces... Él me besa.
Me besa.
Dorian me besa.
Dorian.
Dorian Jones.
Mi vecino Dorian, el mismo que era mi enemigo y ahora un no-sé-qué, me besa. En los labios.
La escena se repite un montón de veces en distintos ángulos. Ahí estoy yo, congelada ante el repentino (y gran) gesto de Dorian. Sus labios son suaves y tibios, y mientras él cierra los ojos yo los tengo abiertos del impacto. Y luego pasa lo siguiente: cierro los ojos. ¿Que por qué lo hago? Ni idea. Solo me dejé llevar por los nervios.
Ni siquiera se profundizó el beso, solo fue un rocé. Todo bajo el efecto de la magia. Así que no sé por qué, pero hiperventilo en cuanto Dorian se separa de mí.
Me doy la vuelta dándole la espalda.
Esto no puede estar pasando.
¡Ni siquiera se sintió feo! Y con eso no sé qué pensar. Si no me desagradó... ¿Significa eso que me gustó?
Me tiro viento con las manos y me alegro al ver que un cliente ha entrado a la tienda.
—¿No están tus tías hoy?
El señor Finch, o también conocido como mi maestro de Química, es un hombre de unos cuarenta años. Soltero, sin hijos, con una barriga provocado por el exceso de cerveza y una calvicie que cada día se vuelve más profunda. Aún vivía con su madre.
—He decidido tomar el turno de hoy —le respondo.
La boca del señor Finch se frunce. Todos en el pueblo saben que está secretamente enamorado de tía Agatha. A mí tía no le gusta nada, pero sí recibir la atención. De todos en la casa, tía Agatha era la más coqueta, la que más buscaba hombres a la hora de salir.
—Señor Jones nunca lo había visto por aquí —comenta mirando a Dorian.
—Soy el novio de Brooke —le sonríe Dorian. El señor Finch alza ambas cejas sorprendido, seguramente porque Dorian nunca ha mostrado una expresión aparte de su ya característica mirada seria y aburrida—. A donde ella vaya, iré yo. Porque es ella es el amor de...
—Señor Finch —interrumpo a Dorian antes de que empiece a hacer un poema con recortes de corazones y purpurina—, ¿en qué le puedo ayudar hoy?
Sus ojos revolotean por la tienda. Cada vez que viene compra algo al azar, pues solo viene para ver a tía Agatha
—Eso, sí.
Miro tras de mí. Dorian sostiene entre sus manos un sahumerio de artemisa. Le digo gracias a Dorian, se lo entrega al señor Finch y éste me paga.
Cuando el señor Finch sale por la puerta, Dorian me mira.
—¿Sí está tan enamorado de tu tía y ella no, por qué no compra la pócima?
—Ya te lo dije, la pócima para el amor no está a la venta. Las que se venden no son al cien por cien efectivas, están alteradas o sería demasiado peligroso. Además, tía Agatha le dio otra cosa cuando el señor Finch quiso comprar una. No le funcionó y nunca más lo intentó.
Y eso fue una botellita de agua con brillo. Nada mágico. Solo agua y brillo dorado sacado de la tienda de manualidades a unos cuantos metros de aquí.
—Pues de verdad no funciona, ¿no? Acabo de oler ese y no me pasó nada.
Dejo lo que hago y me quedo quieta, atenta a las palabras de Dorian. Lo miro con cautela.
—¿De qué hablas? Espera, tú no... ¿Tú no te acuerdas?
Dorian enarca una ceja, confundido por mi pregunta.
—¿De qué?
Desvío los ojos y me quedo pensando.
—Debo decirle a los demás —digo—. Esto es un efecto que no debería pasar.
Dorian achina sus ojos, claramente perdido.
—Retrocede. ¿De qué me tengo que acordar?
Me muerdo el labio. ¿Debo decirle? Después de todo, no se acuerda de nada. No obstante, si no se lo digo una parte de mí se sentiría mal por ocultárselo, pese a que ambos suframos mucha vergüenza por lo que le voy a contar.
—Fue una hora donde tú, amigo mío, estabas profundamente enamorado de mí. Empezaste a hablar cosas y me decías estas frases cursis. Me peinaste —le muestro mi pelo—. Y me besaste —me río nerviosamente.
Tengo que girarme para que no vea que me he puesto roja.
—¿Qué?
Increíble. A Dorian también se le ponen coloradas las mejillas.
—Un beso. Suavecito y cortito.
—Suavecito.
Por Hécate.
—Me refiero a que fue muy rápido y apenas se tocaron los labios.
Y Hécate escuchó mis plegarias, porque justo en ese momento, la luz que se encuentra encima del umbral de la puerta de la bodega se enciende.
—Luz roja —salto—. Es mejor que nos vayamos.
—¿Qué es? —sus ojos se van hasta la luz, analizándola.
—Lo activan desde casa. Es para indicarle al que esté aquí que debe ir a casa ahora. Lo que quiere decir que probablemente nos estén llamando para ir a cenar.
—Pero hay que esperar unos minutos. Debemos usar el hechizo de teletransportación y no saben que podemos hacerlo.
—Sí, lo sé —lo miro mal.
Primero pasa lo de la pócima. ¿Y ahora fingir que somos novios para la cena familiar con mis tías?
Hécate mándame fuerzas.
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TRUCO, TRATO, AMOR Y MALDICIONES
Teen FictionBROOKE Se supone que los dieciséis años debería ser normal para una chica. Salvo que, esta chica, no es nada normal. Mi familia y yo somos brujos. Solo tengo que decir aquella palabra para dar por confirmado que mi vida es... mágica. Y también anorm...