30. EN CASO DE EMERGENCIAS DI ESTAS PALABRAS...

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BROOKE

Antes de que llegaran Dorian y Vicky, Owen y yo nos encontrábamos charlando en la cocina, rodeados del aroma a café que nos habíamos preparado y al pumpkin spice hecho por la señora Mullins, sobre la pócima de amor que él había ayudado a hacer a tía Agnes. A diferencia de la sala donde yacía todo el bullicio, en la cocina reinaba una atmósfera acogedora y tranquila. Tuve que decirle la verdad, necesitaba hablarlo con alguien. Con mis tías no puedo, y Owen es, aparte de primo, mi amigo de confianza. Le conté lo que pasó en esos sesenta minutos bajo el efecto del brebaje, como que Dorian dijo unas toneladas de cosas hermosas, que me besó, que luego no recordó nada, que ahora resulta que puede que todo lo que dijo ese día sea cierto y que mis sentimientos ahora están más confusos que nunca.

—¿Pero te gusta o no? —pregunta un Owen lleno de curiosidad.

—No lo sé —juego con una servilleta que estaba sobre la mesa, desgarrándola en trozos pequeños—, Es que es algo repentino. No han pasado ni dos semanas desde que lo aborrecía.

—¿Qué importa si es repentino? —responde Owen, también tomando una servilleta, solo que él intenta hacer origami y no partirla en pedazos como yo—. A veces estas cosas pasan. Como en las películas.

—No estamos en una —le digo, sonriendo a medias para animarme.

—Solo es un ejemplo —insiste Owen, su mirada fija en el papel que está doblando con cuidado—. Pero ahora que fingen y son más o menos amigos... ¿Te gusta? —me repite una vez más.

Y en ese momento me puse a pensar en todos estos días que estuve con Dorian. Como cuando fuimos al huerto de calabazas de la señora Mullins donde todo comenzó. Su cara confusa (y a la vez irritable) al ver que me emocioné por el pumpkin spice. Ahí definitivamente no me gustaba. Luego pasó lo de la juguetería, donde por nuestra discusión Cecil nos encontró. Tampoco me gustaba ahí. Hasta que llegó lo de la biblioteca, cuando llegó al rescate en el momento en que supe quién era Cecil. ¿Fue ahí? No lo creo. Supongo que fue en la escuela, cuando casi somos devorados por una calabaza viva y atacados por esqueletos y brujas. Porque ese mismo día fue lo del beso, beso que no sentí... que sí sentí...

Owen me ve titubeando, su mirada perspicaz captando mi indecisión.

—Tal vez solo estás confundida porque supiste que él siente algo por ti —me da una mirada comprensiva, luego se encoge de hombros—. Deberías probar a ver si te gusta.

Su sugerencia me toma por sorpresa, y rápidamente reúno todos los trozos de servilleta que dejé en la mesa, tratando de ocultar mi nerviosismo.

—No puedo hacer eso —le digo, mi voz firme pero vacilante—. Está mal.

Owen da un manotazo en el aire, quitándole importancia a mi comentario, como si estuviera diciendo «no te preocupes por eso».

—Ahora las cosas románticas entre adolescentes son así, ¿no?

—Para mí no.

—Entonces solo deberías averiguarlo —insiste Owen, su mirada fija en la mía—. ¿Cómo te sientes al estar cerca de él? ¿Si lo pillas mirándote te pones nerviosa del bueno o del malo? No tienes por qué volver a besarlo para saber si te gusta.

Sus palabras me hacen detenerme a pensar, y siento un vuelco en mi estómago al recordar la sensación de estar cerca de Dorian.

Y ahora aquí estamos.

Nuestros pasos resuenan en la oscuridad al pisar las hojas muertas de los árboles, el crujido de las hojas secas bajo nuestros pies es el único sonido que rompe el silencio de la noche. Era de noche y el viento corre helado, llevando consigo el olor a tierra húmeda y hojas podridas. Me ajusto más la bufanda que traje conmigo, tratando de protegerme del frío, y sigo los pasos de Dorian.

TRUCO, TRATO, AMOR Y MALDICIONESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora