38. CECIL Y EMILY

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BROOKE

Apenas llegamos al lugar de Cecil, es decir, en las tierras donde ella murió, la bruja nos empuja hacia adelante y nos manda a callar.

En ningún momento Norah derrama una sola lágrima. Es más, la pequeña le saca la lengua y le dice que le acusará con sus padres en cuenta salga de esta situación.

—Ah, pero se te olvida algo: está prohibido decirles a los mortales sobre la magia. ¿Sabías que si se llegan a enterar de que tú lo sabes te pueden borrar la memoria de los últimos días? O peor, te devolverán al orfanato de donde saliste y te tacharan de loca por hablar de cosas que supuestamente no existen.

Norah abre sus ojos con cierta furia en ella y Cecil se encoge de hombros con una sonrisa perversa.

—Me di el tiempo de leer las nuevas leyes —nos explica—. Una verdadera lástima que ciertos hechizos estén prohibidos. Lo bueno es que estoy muerta. ¿Qué me van a hacer?

—Devolverte al infierno— escupo, tomando a Norah entre mis brazos.

—Pero una vez que beba del elixir de la juventud, seré inmortal —da un paso en dirección al caldero. Con su dedo, señala los troncos apilados y estos al instante prenden fuego. El olor a leña sería reconfortante en otras circunstancias, pero como es para crear un asqueroso y cruel brebaje solo me provocan ganas de vomitar.

Del bolsillo de su vestido blanco, Cecil saca un paño.

—Qué pena que solo tenga uno —nos queda mirando y se lleva la mano al rostro, pensando—. De tin marín, a quién se lo pondré.

Norah es la menos paciente para estas cosas.

—¿Por qué no le pones tú?, maldita loca. Hablas tanto que ya comienza a darme jaqueca.

—Bueno, serás tú —extiende su brazo y agarra a Norah de la ropa, tirándola hacia el suelo con fuerza.

Norah se cae junto al caldero, cerca de una silla de madera situada al lado del fuego.

—¡Oye! —Intento empujar a Cecil, pero ésta es más rápida y con su poder me empuja.

Apenas siento el impacto, choco con el tronco de un árbol. Me aturde y me duele al mismo tiempo. Su poder, una fuerza maligna, se siente como si un rayo te hubiese caído encima. El dolor sube por mi espalda hasta mi cabeza. Me quejo y trato de incorporarme. Sin embargo, no tengo la fuerza suficiente y vuelvo a caer de espaldas a la tierra húmeda por el frío de la noche. Giro mi cabeza justo para ver a Cecil agarrando a Norah de su blusa blanca. La sienta a la fuerza en la silla mientras Norah no deja de patearle las piernas. Trata de morderle la mano a Cecil, no obstante, Cecil que tiene más fuerza que ella no se lo permite. En pocos minutos ya la tiene amordazada y amarrada. Una vez terminada esa tarea, Cecil se aproxima hasta mi altura y repite el mismo proceso. Intento quitármela de encima, usando mi magia. No puedo y termino amarrada al tronco con el que choqué; mis manos detrás de mi espalda, inmovilizadas.

—Los niños son prioridades —me dice, señalando que no hay más sillas.

Luego de asegurarse que esté bien amarrada, se acerca a su caldero, toma una gran cuchara de madera y se limita a revolver el contenido. Por lo que habíamos leído en el libro, su libro, sabemos que tiene que estar por lo menos media hora hirviendo antes de poner las almas de los niños inocentes.

Intento deshacerme de la soga, pero está demasiado ajustada. Tanto que me llegan a doler las costillas al moverme.

Y es cuando lo veo.

Dorian.

Oculto entre la oscuridad de los árboles, Dorian nos vigila de cerca. No puedo verle con claridad el rostro, pero sé que es él por sus movimientos gráciles y por los murciélagos de mi estomago como cada vez que él se aproxima.

TRUCO, TRATO, AMOR Y MALDICIONESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora