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—Oye—habló Karma, haciéndome salir de mi trance—. ¿No vienes?

—Sí—asentí todavía aturdida—. Solo...—suspiré.

Y, como si de una bomba de relojería se tratase, mis ojos estallaron en lágrimas.

—Joder, mierda—trataba de secarlas, pero no dejaban de salir sin control—. Estaba tan asustada por lo que podían llegar a hacernos...

Agaché la cabeza. No quería que él, precisamente, me viera llorar. Ya había hecho bastante el ridículo otras veces con lo mismo.

Sin embargo, esta vez no dijo nada, no quiso cambiar de tema y mucho menos me animó a seguir el paso como si nada. Solo se acercó a mí y me rodeó con sus brazos, pegándome a su cuerpo y poniendo su mano sobre mi espalda.

—Ya ha pasado—dio palmaditas con su mano—. Tranquila.

—Lo siento—traté de dejar de llorar—. Pudieron haberte hecho algo peor—me aferré a su camisa—. Yo pude haber hecho algo más por impedir que todo esto sucediera—dije con la voz temblorosa.

—Lo hiciste—soltó una risita que me desconcertó—. Okuda pudo salir lastimada, pero la ayudaste a esconderse. Gracias a eso no ha tenido que pasar un mal rato.

Regulé mi respiración, analizando las palabras de Karma, pensando en que tal vez tenía razón.

—Y ahora—me separó tomando mis hombros—vamos a disfrutar de nuestro viaje escolar.

Sorbí mi nariz, asintiendo levemente para comenzar a caminar con Karma y alcanzar el paso de Koro-sensei y mis compañeros, quienes nos esperaban más adelante.

—Eres fuerte—me tendió un pañuelo en uno de sus tentáculos—. Jamás dudes de ello.

Cedí. Acepté mi destreza en este día lleno de circunstancias y tomé el pañuelo que me ofreció Koro-sensei para limpiar mi nariz.

—Gracias—sonreí.

En ese momento sentí un agradable alivio tanto en la cabeza como en el corazón. Sentía que tenía a alguien a mi lado, apoyándome.

Todo me parecía una mejor versión a como lo veía antes.

Podríamos tener "el peor trato" a comparación con las otras clases, pero darse una buena ducha en una posada tradicional de Kioto solucionaba todos mis problemas.

—Qué relajante—suspiré, dejando la toalla sobre mis hombros.

Todos estaban distraídos. Parte de mi grupo se encontraba disfrutando visualmente de las grandes habilidades de Kanzaki con las máquinas recreativas, mientras que otros jugaban al ping-pong o espiaban a Koro-sensei.

Yo, por mi parte, me propuse investigar las delicias de las máquinas expendedoras del lugar.

—Es algo decepcionante ver solo bebidas—deslicé mi dedo por la cristalera—. Hay zumo de mora. Suena bien.

Miré el número del producto para pagar y, para mi mala suerte, parecía ser que había dejado la cartera en la habitación.

Me daba pereza ir y volver, así que tuve que renunciar a la idea de expandir mi repertorio de sabores.

—Uy—me eché atrás, evitando chocar con alguien—. Lo siento.

—Eres adorable—sonrió con burla.

—Ah, a tí no te te pido perdón.

—Ya lo has hecho—pasó por mi lado para ir a la máquina—. ¿No pides nada?

—Sí—me crucé de brazos—. El zumo de mora, por favor.

Su mirada me juzgaba, pero enseguida comprendió mi situación actual y sacó otra moneda de su billetera.

NUESTRA PEQUEÑA REALIDAD || KARMA AKABANE X LECTORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora