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La quimioterapia sin duda sería una de las cosas que más me a costado a acostumbrarme. Sentir como mi cuerpo se llena del líquido cruzando por mis venas, debilitando cada parte de mi.

Cierro los ojos con fuerza y resopló.
Bairon estaba hablando con la doctora junto a mi padre, y yo estaba ahí leyendo una revista, para entretenerme, porque estaba de lo más aburrida.

Entonces decido ponerme a pensar en Herz, más bien el viene a mis pensamientos por si solo. Sonrió al recordar nuestro beso en el restaurante de Bairon.

—Hola.

Me hele por completo.

Herz.

La ley de atracción.

Suelto una risita extraña.

—¿No te  alegras de verme?—Tomá asiento al lado de la cama y sonrie—acaso estabas pensando en mi—enarca una ceja.

¿Pero como lo supo?

—¿Que comes que adivinas?—murmuro bajito.

—¿Qué?

—Nada, nada. Ahora me dirás ¿por qué estás aquí?

Acerca su mano lentamente y acaricia mi mejilla, mi corazón se acelera por completo y lo miro divertida cuando se inclina acercándose a mi rostro.

—Pues para besarte—lo dijo de una manera tan juguetóna. Tragué grueso.

—Está mi padre aquí.

—Lo se—me da una sonrisa traviesa y se aleja—queria ver si caías.

—¡Herz!—empiezo a reír—no juegues con eso.

Se veía completamente lindo. Su cabello le estaba creciendo y caían mechones en su frente. Estaba vestido con una camisa roja y vaqueros negros.

—Queria invitarte cordialmente a nuestra próxima cita—dijo después de un rato.

—¿De qué se tratara?

—Sera un sorpresa, ya que nunca has viajado en vote, creo ¿Has viajado en vote?—de pronto abre los ojos con asombro y se cubre la boca con las manos intentando no reírse—No puede ser ya, te lo dije.

Suelto una de mis risas extrañas que se escuchan a dos metros de distancia.

El me mira divertido y me siento avergonzada y dejo de reír aunque parece que quiero ahogarme por no hacerlo.

—¿Por qué dejas de reír?—pregunta.

—Mi risa es una tortura.

—No lo creo.

—Que si—giro los ojos—ademas ya reí un poco, no soy una loca que se ríe por media hora—miento. Suelo seguir riendo incluso cuando todos ya superaron el chiste.

—Pues yo amo verte reír, aunque rías como una yegua.

Me puse una mano en el pecho.

—Ignorare lo de la yegua—dije divertida.

—Pero en serio—sonrie lentamente—me encanta escucharte reir, ver cómo tus ojos se vuelven asiáticos escondiéndose en tus párpados, ya que ríes de una manera que jamas me cansaré de ver.

Lo miró atónita y lo miró tiernamente.

—Eso me gusta—digo bajito.

—Es bueno saberlo.—parece recordar a lo que vino y entonces toma mi mano y entrelaza nuestros dedos—¿Cómo te sientes?

Muerta.

—Algo debil, lo de siempre—gire los ojos sin razón.

—Quiero que sepas, que de ahora en adelante, estaré aquí.

Un solo corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora