𝐎𝐍𝐒𝐑𝐀 | 𝐅𝐄𝐑𝐍𝐀𝐍𝐃𝐎 𝐀𝐋𝐎𝐍𝐒𝐎

𝐂𝐇𝐀𝐏𝐓𝐄𝐑 𝐗𝐕𝐈𝐈𝐈

—¡Adelina! —Enzo viene hacia mi con una sonrisa.

—Buenos días.

El chico me dedica una amplia sonrisa y me da dos besos.

—¿Preparada?

—Claro —asiento con la cabeza—. Nunca he podido ver como se prepara una exposición.

—Bueno, pues siéntete afortunada.

Me dirige hacia una sala que hay al otro lado de la planta baja del museo. Saludamos a algunos empleados y entramos. Todo está a oscuras y algunos encargados nos encienden las luces. Han alzado unas paredes falsas para poder poner las obras, todo se encuentra empapelado y el olor a pintura inunda la sala. 

—¿Cómo se van a poner? —pregunto.

—Tenemos los planos por aquí.

Sigo a Enzo hasta la sala central y veo una mesa provisional donde hay una serie de planos. Me muestra uno donde se ven algunas anotaciones y cambios.

—¿Los primeros zares junto a los últimos? —frunzo el ceño.

—¿Es mala idea?

—Hombre, lo lógico es hacer un orden cronológico y que la gente vaya haciendo el recorrido, no empezar con los primeros y acto seguido ver los últimos. Pierde la gracia la exposición.

—Vale, cambiamos entonces —coge un lápiz y vuelve a hacer otro cambio.

—Así está mejor —asiento.

—Espera —se lleva el lápiz a la boca y lo sujeta con los dientes mientras—. Mira —me muestra unas fotografías de las obras.

—Joder —cojo una de ellas y la miro fijamente.

—¿Qué ocurre? —frunce el ceño.

—¿Dónde habéis encontrado esto? —lo miro.

—Me parece que lo encontramos en casa de un anciano ciego en Oimiakón, ¿por qué?

—¿Sabes lo que es esto, Enzo? —lo miro.

—Un retrato —responde.

—¿Sabes quien es ella? —vuelvo a mirar la fotografía.

—No.

—Enzo, se cree que esta fue la verdadera primera zarina— responde—. Todo el mundo sabe que fue Iván el Terrible el que adoptó el nombre de zar, pero había indicios que decían que no era verdad. Se sospechaba que una mujer estaba detrás de esto, pues ya antes de Iván había habido indicios de esto, pero no se sabía quién podía ser. Solo había unas meras descripciones y este cuadro...

—Pueda ser la verdadera primera zarina —finaliza.

—Exacto.

—No me jodas.

Enzo deja la fotografía sobre la mesa y comienza a buscar entre los papeles, saca uno más pequeño y me fijo en que es la cartela que iba a llevar la obra. La habían puesto como sin nombre y de autor desconocido.

—¿Se sabe quién es? —pregunta—. Reformulo la pregunta, ¿se sabe con exactitud si es ella?

—Había leído meras descripciones, pero esto concuerda con ellas. Ojos tan verdes que cautivan al que los ve, piel blanquecina y labios muy rojos. Pelo negro azabache, tan oscuro que era casi imperceptible en la noche.

—Había leído que eran leyendas.

—Sí, yo también, pero está representada, Enzo —lo miro.