𝐂𝐇𝐀𝐏𝐓𝐄𝐑 𝐗𝐗𝐗𝐕

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    Llego al aeropuerto con el tiempo un poco pegado. Al salir del coche, dejo mejor escondida la bolsa con lo que he comprado y después voy hacia el interior del aeropuerto. Me dirijo hacia la zona de llegadas y espero pacientemente junto con el resto de la gente. Siento como mi corazón se acelera cuando la gente comienza a salir.

No me hace falta saber que Fernando está saliendo ya que la gente comienza a agitarse y algunas personas tienen carteles y camisetas del piloto. Cuando veo al asturiano salir, se acerca a los que estaba esperando y concede algunas fotos y autógrafos. Se despide de ellos y viene hacia mí con una sonrisa en el rostro. Pasa por debajo de los separadores de hierro y me abraza con todas sus fuerzas. Cuando se separa, agarra mi rostro entre sus manos y me besa. 

    —Te he echado de menos —habla mientras acaricia mi mejilla con sus nudillos.

    —Y yo a ti, Fernando —acaricio su rostro.

—¿Nos vamos a casa? —pregunta.

—Sí.

Fernando agarra su maleta y con su mano libre agarra la mía. Salimos del aeropuerto y guío al piloto hacia el coche. Una vez que hemos llegado, guarda su equipaje en el maletero y entramos. Algunos periodistas nos rodean y el piloto me da indicaciones para salir y cuando consigo dejarlos atrás, respiro con tranquilidad.

—Lo siento —se disculpa.

—No tienes por qué disculparte, cariño —niego—. Ya me he empezado a acostumbrar a eso de que me reconozcan por ser tu novia.

—Me encantaría que no te reconociesen por eso —Fernando hace una mueca.

—No pasa nada, cariño —le dedico una sonrisa.

Fernando me mira y me da un beso en el brazo. Después, me dedica una sonrisa y me vuelve a mirar con la sonrisa en el rostro.

—¿Te he dicho que me gusta verte conducir?

—No, no me lo has dicho —niego con la cabeza.

—¿Y por qué?

—Porque casi siempre que vamos en coche, conduces tú —me río.

—Pues entonces tendrás que empezar a conducir tú —noto que pone su mano en mi pierna—. Porque me gusta verte.

—Eso es porque te siempre te ves a ti mismo subido a un coche —me burlo.

—Qué graciosa —me da un pellizco en la pierna.

—¡Ay, Fernando! —me quejo—. Que voy conduciendo.

—Vale, vale —asiente.

Llegamos a mi apartamento y aparco en el garaje del edificio. Salimos del coche y el piloto coge su equipaje, por lo que aprovecho para coger el regalo. Subimos a mi apartamento con el ascensor y al entrar, escucho como el piloto deja escapar un suspiro de alivio.

—Me gusta estar en casa —habla.

—Pero no es tu casa como tal, cariño —dejo la bolsa sobre la isla de la cocina.

—Mi casa está dónde estás tú, Adelina —noto las manos del piloto en mi cintura.

El piloto me da un beso en el cuello y apoya su barbilla en mi hombro. Acaricio su pelo y le doy un beso en la nariz.

—¿Qué es esa bolsa? —pregunta.

—Es un regalo para ti.

—¿Un regalo? —me mira confuso—. ¿Por qué?

𝐎𝐍𝐒𝐑𝐀 | 𝐅𝐄𝐑𝐍𝐀𝐍𝐃𝐎 𝐀𝐋𝐎𝐍𝐒𝐎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora