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Los disparos alertaron de inmediato a ambos adultos, Javier envolvió con su cuerpo a Lina mientras rodaban al suelo para mejor protección.
Lina no pudo evitar mirarlo a los ojos, sentir sus latidos al mil por hora y su respiración agitada, la hacían sentir mierda, porque inclusive en un momento como aquel, solo deseaba a Javier entre sus piernas.
— Parece que todo ha pasado - comentó el pelinegro, logrando tranquilizar su respiración, luego de unos minutos. Lina no mencionó nada, realmente su mente no podía procesar ninguna palabra por lo que solo podía optar por mirarlo. Este le ayudó a ponerse de pie, ambos podían sentir la tensión, aún era reciente lo que había sucedido aquella mañana y aunque Javier lo deseara, no podía sacarse de la cabeza a Lina.
El teléfono comenzó a sonar, sacándolos de aquella burbuja que los envolvía. Lina parecía haber salido de aquel trance, logrando sentarse en la cama.
— Peña — mencionó mientras miraba a Lina — sí, lo escuché... — la chica intentaba no prestar tanta atención a lo que este comentaba, por lo que no pudo evitar mirar hacia la ventana. No se necesitaba ser un genio para saber quién era el culpable. En el fondo Lina no podía evitar preguntarse si Pablo la consideraba muerta ya, ni siquiera le importó dejarla en la deriva, aunque qué podía esperar de un monstruo como él, por lo que tal vez, aquella idea de ella muerta, le favorecía más que nada - Sí, en unas horas estoy por ahí - de fondo se escuchó cómo este terminó la llamada. Y en un movimiento brusco, alejó a Lina de su lugar - ¿Estás loca?, ¿cómo te atreves a mirar por la ventana? - el tono de Javier le asustó por completo, logrando incluso, recordar las miles de veces en las que Pablo se desquitaba con ella - Lo siento, no quise hablarte así... - confesó. Algo en Lina se removió en su interior.
Tal vez fue la mirada penetrante de Javier, que esta no pudo evitar acortar la distancia y besarlo. A diferencia de los besos anteriores, en aquel predominaba la desesperación y deseo. La forma en la que Javier la acariciaba le hacía pedir más, agradecía que en el fondo este dejara a un lado aquella barrera que les obstaculizaba.
Entre besos desordenados, sus vestimentas desaparecieron, podía sentir la virilidad de aquel hombre golpear contra su abdomen, sin poder evitar sentirse deseosa. Javier hacía un camino de besos, desde sus labios hasta su cuello, absorbiendo cada centímetro de piel y dejando sensibilidad en cada zona. Lina gemía ante los besos pecaminosos del pelinegro. Sus manos amaestradas recorrían su cuerpo como si se tratara de un monumento y en el fondo, eso consideraba Javier.
