II

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«Czardas»

Vittorio Monti

No hacía falta que saliera de su cuarto para darse cuenta de que la mansión estaba sumida en el caos

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No hacía falta que saliera de su cuarto para darse cuenta de que la mansión estaba sumida en el caos. De hecho, le resultó extraño no haberse dado cuenta antes, a pesar de que toda su atención estuviera puesta en aquel misterioso hombre. Sin embargo, Jisung se consideraba un muchacho perspicaz, atento a cualquier ínfimo detalle, y el ruidoso estruendo más allá de su balcón, en otras circunstancias, jamás le hubiera pasado desapercibido.

El traqueteo de las pisadas recorriendo los pasillos, gritando órdenes que se contradecían entre sí. Los chillidos de los invitados más abajo, en el jardín, que huían de la escena del crimen. Incluso le pareció que el brillo de la luna era más débil, como si se hubiera consumido por lo que había presenciado, pero eso era imposible. Sin importar cualquier incidente, la luna jamás dejaba de brillar en lo alto del cielo.

—¿Está usted bien, muchacho? —entre sus brazos, la señora Yoon no cesaba de llorar. Le palpó los hombros y el pecho por encima de la camisa de algodón y Jisung le apartó las manos suavemente—. No estaba en la fiesta y pensé que le había ocurrido algo. ¿Está bien, cierto?

Jisung se lamió los labios, tomándose unos segundos antes de responder. Con la anciana sirvienta lloriqueando en su oído, apenas podía pensar con claridad.

—Estoy bien, Yoon —jadeó cuando la mujer apretó el agarre en su cintura, asegurándose de sus palabras. Volvió a apartarle las manos—. En serio, no me ha pasado nada.

De alguna forma, consiguió separarse lo suficiente para sujetar a la mujer de la muñeca y la arrastró consigo al interior de la habitación. Apartó los cojines de un manotazo e hizo que se sentara sobre su propia cama para, después, desprenderse de su agarre definitivamente. La mujer trató de impedirlo, pero los temblores de su cuerpo provocaban que sus débiles músculos flaqueasen. Se quedó allí sentada, con el rostro enterrado en las manos y sus lágrimas escurriéndose entre los dedos.

Caminó hacia el otro lado del cuarto, en donde reposaba una pequeña silla de pana, y la arrastró hasta colocarla delante de la criada. En el camino, le echó un vistazo a su violín a través de la cristalera, que yacía de nuevo en el suelo del balcón. Suspiró. Ya se encargaría de guardarlo más tarde. Tomó las manos de la mujer entre las suyas y, entonces, le pidió con el tono más suave que encontró en su garganta:

—No llores, Yoon. He estado en mi cuarto durante todo este tiempo, no me ha ocurrido nada.

—Ha sido terrible, niño. Terrible —balbuceó—. Tenía los ojos en blanco, como si la hubiera poseído un demonio. ¡Oh, Dios santo! Qué miedo he pasado.

—¿Como un demonio? —ladeó la cabeza—. ¿Qué ha sucedido exactamente?

—Estaba a oscuras, por lo que apenas se veía nada, pero eso lo hacía aún más espeluznante. Nadie reaccionaba, todos estábamos igual de confundidos y...

Acordes de una perfidia ┃minsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora