➽ Jisung es un violinista atormentado y consumido por el odio hacia su familia y Minho es un extraño individuo que asalta el balcón en donde toca a la luna cada madrugada.
Y, aunque Jisung no debería ser capaz de verlo, sus miradas se encuentran y...
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A partir de esa noche, el reino se sumió en una extraña confusión. Las ofrendas a la princesa Sunhee se cancelaron de inmediato y, poco a poco, Elkiia recuperó el dinamismo que siempre lo había caracterizado. Las tiendas comenzaron a abrir con normalidad, las escuelas reabrieron sus puertas a los más pequeños y, en definitiva, el pueblo dejó atrás el luto por el fallecimiento de su princesa. Al fin y al cabo, había dejado de estar muerta.
Sin embargo, tampoco hubo ninguna celebración, sino el más puro silencio. Oídos sordos que trataban de ignorar los hechos. No había nada que celebrar, en realidad. Era como si nadie pudiera creerse que la princesa hubiera resucitado, como si el ideario colectivo estuviera atrapado en una permanente conmoción que nadie se atrevía a explicar con palabras. Lo acontecido en la noche del funeral había sido tan descabellado que ni siquiera el cura de la Iglesia de Siwoh pudo calmar a las masas para que rezaran por el alma de la princesa, que había vuelto a su hogar. En las calles, a pesar del vaivén de la gente que trataba de aparentar una falsa calma, la tensión se cortaba en el aire y sangraba un reguero de tranquilidad ficticia y sin sentido.
Pero, mientras que en público nadie quería hablar del tema, a escondidas todo el mundo tenía algo sobre lo que teorizar. Algunos, muy pocos, trataban de ser positivos. Compasivo, Dios le había concedido una segunda oportunidad a la princesa para vivir la vida de la que era digna. La noble princesa del reino de Elkiia merecía vivir y, por eso, había resucitado. Estupideces. Nadie era tan noble como para que lo resucitaran. Una vez hecho el daño, solo quedaba aceptar la muerte.
Otros, la mayoría, hablaban del Diablo. De un demonio que había poseído su cuerpo y se había hecho dueño de sus acciones, que había llegado para castigar al reino de Elkiia por los pecados de la familia real. Les agradaba el palabrerío y parecían muy dispuestos a fantasear sobre una condena divina que se cernía sobre su pueblo. No estaba seguro si, detrás de sus palabras, se escondía un verdadero temor o solo el afán del chisme. Quizás fuese una mezcla de los dos.
De no ser por la gravedad de la situación, Jisung se habría burlado de sus especulaciones. Minho se lo había dejado en claro: no existía ninguna figura que se asemejara a lo que los humanos llamaban Diablo. En lo alto de la escala sobrenatural se hallaba el propio Dios, que hacía y deshacía según fueran sus intenciones con sus vástagos, y después le seguían sus discípulos, los ángeles, humanos que debían obedecer sus órdenes. Los únicos que se escapaban de esa pirámide eran aquellos como él, que habían atentado contra los deseos de su amo.
—No conozco a Soberbia personalmente —le dijo Minho bajo la luz carmesí—. Cuando Dios me convirtió en ángel, ya lo había castigado, pero todos los ángeles sabíamos de él. Todos los ángeles saben de la existencia de los pecados para que conozcan las consecuencias de no obrar según los designios de Dios. Es a él a quien estoy buscando para pararle los pies.