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«La Pavana en fa sostenido menor, op. 50»

Gabriel Fauré

Los primeros tres días que pasó en casa de Minho, Jisung no fue capaz de salir de la cama

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Los primeros tres días que pasó en casa de Minho, Jisung no fue capaz de salir de la cama. Apenas mantenía los ojos entreabiertos durante el día y las sensaciones externas se colaban atenuadas en su percepción, como si su cuerpo en realidad no estuviera allí presente. El vacío había desaparecido, pero todavía notaba ese extraño malestar que le invadía cuando se dedicaba a pensar. Y tenía mucho tiempo para hacerlo. Trataba de evitarlo, aunque la ausencia de actividades le obligaba a llenar su cabeza de sombríos pensamientos. Por mucho que lo intentara, no podía acallar las voces siniestras que le recordaban una y otra vez lo que había sucedido.

Solo por la noche, cuando el sol se había escondido del horizonte hacía rato, sus músculos se atrevían a desperezarse. Lo primero que notó fueron las yemas de los dedos que rozaban la suave sábana con la que estaba abrigado. Después percibió el vello de sus brazos, que se erizaba cuando Minho le sujetaba del torso para alzarlo y ayudarle a ingerir la poca comida que su cuerpo era capaz de aceptar. También su propia respiración desacompasada, que poco a poco iba recuperando un ritmo aceptable, y el calor del cuerpo ajeno y el tono profundo con el que le hablaba cuando le sujetaba de la mano y le prometía que pronto se recuperaría.

Jisung no era capaz de responderle, pero mantenía los ojos unidos a los suyos, susurrándole suspiros mudos que bastaban para colmar el silencio que reverberaba en la habitación. Aunque las palabras no salieran de su boca, esperaba que su mirada fuera suficiente para transmitirle todo lo que sentía por estar de nuevo junto a él. Lo agradecido que estaba por haber ido en su busca y lo mucho que lo había echado de menos. Y esa mirada bastaba, pues Minho asentía con la cabeza y pegaba sus labios a su cuero cabelludo para besarle con suavidad y murmurar de vuelta un trémulo gemido.

—Lo sé, Jisung —Con cada beso, su corazón se estremecía. La sangre daba vueltas abrasándole el alma y, allá donde Minho posaba sus labios, Jisung se sentía arder—. Lo sé. Yo también.

Era una sensación ajena, compleja de asimilar. Jisung jamás había experimentado la necesidad de permanecer junto a alguien. Jamás se había sentido atraído por algo que no fuera la música y, más allá de sus amigos cercanos, contemplaba a las personas como enemigos que le harían daño en cualquier momento. Así lo habían obligado a crecer y así era como entendía el mundo desde que llegó a Siwoh.

En cambio, Minho era distinto. En su compañía, no se sentía en apuros, sino acompañado. Protegido. Se sentía seguro y, sobre todo, apreciado. Las mariposas de las que hablaban las melodías y poemas revoloteaban en su estómago y su mero recuerdo bastaba para hacerlo sonrojar. Una sensación a la que definitivamente no estaba acostumbrado. En las semanas en las que estuvo lejos, comprobó que su nombre era suficiente para hacerlo delirar. Mientras que solo la música le arrebataba suspiros, desde la lejanía Minho lograba que se deshiciera pensando en él.

Acordes de una perfidia ┃minsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora