XXIII

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«El trino del diablo»

Giuseppe Tartini

—¿Le pasa algo al violín? —preguntó Minho

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—¿Le pasa algo al violín? —preguntó Minho.

Jisung levantó un momento la cabeza, lo justo para desviar la mirada de la madera parduzca que tenía entre las manos. A un lado, sobre el césped frío a causa de la humedad de la noche, reposaba el arco de cerdas, impoluto. Tan nuevo que le producía incluso asco. El instrumento rogaba por que lo tocara, pero Jisung carecía de la fuerza para hacerlo.

—No. Es perfecto —explicó en un susurro. El débil fulgor de la luna se reflejaba sobre la madera recién barnizada, como un espejo de su propia alma en decadencia—. Demasiado, de hecho. En lo que se refiere a calidad, es el mejor violín que he tenido entre las manos.

—¿Cuál es el problema, entonces?

Calló por un segundo y las palabras temblaron en el aire, sin necesidad de pronunciarlas. Rodó la mirada y el silencio de los árboles los acunó en su espera. La inquietud danzó entre ambos, alzando una barrera que se interponía entre sus pensamientos y el exterior.

El bosque era su hogar. La cuna de su infancia y el sitio al que retornar cuando las dudas amenazaban con derribarlo, pero no era la solución a sus miedos e inquietudes. Cualquiera hubiera pensado que allí, en el bosque, sería mucho más sencillo poner en voz alta sus sentimientos. Eso era lo que había pensado Minho, pero no. Explicar las emociones propias era siempre un combate contra uno mismo, sin importar la arena en la que se desarrollase. Más allá de la pequeña colina en la que estaban sentados, Siwoh se extendía bajo sus pies como un recordatorio de una vida de desdichas, como una memoria imborrable de lo que era él y de su condena. Presente desde una etapa muy temprana en su vida y atormentándolo para arrebatarle la tranquilidad que podría haber llevado en el bosque de su infancia.

—Yo —dijo—. El problema soy yo.

La dicotomía en su cabeza lo mareaba y ese malestar punzante lo hostigó con más fuerza cuando Minho frunció los labios en una fina línea que denotaba preocupación. El viento helado besó la piel descubierta de su cuello y Jisung se mordió los labios, inquieto. Pasó los dedos por el diapasón, apretando la mandíbula cuando las yemas se escurrieron entre las cuatro cuerdas tensadas a la perfección. Evitó mirar a Minho incluso cuando él colocó una mano sobre su muslo y apretó, regalándole pequeñas caricias que emitían chispas sobre la tela abrigada de sus pantalones forrados.

Desde el momento en el que Seungmin le hizo entrega de ese violín, algo en Jisung se opuso a la idea de tocarlo. Sabía que era su única vía para alcanzar la música de nuevo, ahora que el suyo estaba destruído para siempre, y que su amigo había removido cielo y tierra para buscarle el mejor instrumento entre los contactos comerciales de sus padres, pero seguía sintiéndose inapropiado. Como si estuviera traicionando al recuerdo del violín de su madre. Como si estuviera traicionando todo lo que había sido la música para él hasta ahora y Jisung fuera una persona demasiado distinta para tratar de tocar como si nada hubiera sucedido.

Acordes de una perfidia ┃minsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora