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«Vent frais, vent du matin»

Canon a tres voces anónimo

El soplo del viento helado revolvió su cabello oscuro, lo que le hizo proferir una débil maldición antes de siquiera intentar contenerla

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El soplo del viento helado revolvió su cabello oscuro, lo que le hizo proferir una débil maldición antes de siquiera intentar contenerla. En seguida se dio cuenta de su error. No era lugar para actuar descortés, por lo que se disculpó ante la luna por su falta de respeto. Ella, desde lo alto del cielo, no le respondió. Aun así, Jisung quiso creer que aceptaba sus disculpas.

Estiró los brazos y se acomodó contra la cristalera, cansado. Se frotó los ojos en un modesto intento por mantenerse despierto. El tick tack del reloj de su cómoda repiqueteaba en el interior del cuarto, marcando el dilatado paso del tiempo. Llevaría más de una hora, quizás dos o tres, esperando por Minho en su balcón. Su violín estaba escondido bajo la cama, oculto de manos traviesas que pudieran atreverse a tocarlo, por lo que no tenía nada con lo que entretenerse. Su única distracción eran las copas de los árboles al borde del horizonte y las estrellas titilantes que lo observaban en silencio.

La ausencia de Minho le extrañó. Según sus cálculos, en los dos días anteriores había aparecido más o menos a esa hora, aunque realmente no tenía certeza alguna de ello. Más allá de que era de noche, no estaba seguro de cuándo había aparecido por su cuarto. No obstante, supuso que debía de ser casi medianoche cuando la preocupación apareció por fin. Tamborileó sobre el suelo con la yema de los dedos, como si el ritmo improvisado pudiera arrancarle ese repentino nerviosismo. El sueño le hacía mella y entrecerró los ojos por un rato, pero sin llegar a dormirse del todo.

Minho se lo había prometido. Una promesa implícita, un anuncio del futuro que iba a acontecer. Esa noche iba a visitarlo de nuevo. Iba a explicarle muchas de las incógnitas que había lanzado al aire y Jisung quería saber. Necesitaba saber qué era esa melodía y por qué la tocaba su madre. Sin embargo, Minho no estaba allí y temió que faltara a su palabra y nunca volvieran a encontrarse.

A Jisung no le gustaba confiar en la gente, pero no le quedaba otro remedio. No sabía quién era Minho, dónde vivía o qué era. Solo tenía su nombre, por lo que lo único que podía hacer era esperar a que apareciera en su balcón. Por ese motivo, debía permanecer despierto. Solo así podría encontrarlo de nuevo para explicarle qué era su amada canción. Solo así sabría por qué no debía tocarla y por qué, a pesar de ello, su madre la dedicaba cada noche de luna llena en su presencia.

Solo tenía que permanecer despierto. Aunque le pesaran tanto los párpados, aunque estuviera a punto de ceder al sueño y aunque el frío de la noche lo alentara a esconderse en la calidez de su habitación.

Si quería saber, debía permanecer despierto.

—Una hermosa flor arrancada del jardín al que pertenece.

Un vuelco al corazón. Jisung sintió el nudo que se ataba en su garganta. Sus músculos se tensaron, preparándose para aquella amenaza repentina.

Esa no era la voz de Minho.

Acordes de una perfidia ┃minsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora