IV

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«Introduction et rondo capriccioso»

Camille Saint-Saëns

Hace años, cuando Jisung abandonó a la fuerza su hogar en el bosque para pasar a vivir en la mansión de la familia Bang, era casi misión imposible conseguir que pusiera un pie fuera del cuarto que le habían asignado

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Hace años, cuando Jisung abandonó a la fuerza su hogar en el bosque para pasar a vivir en la mansión de la familia Bang, era casi misión imposible conseguir que pusiera un pie fuera del cuarto que le habían asignado. El niño se pasaba los días tumbado en la cama, con los brazos enroscados sobre el violín que protegía con su alma y que no soltaba por más que las criadas se esforzaran en levantarlo para que se bañase. Día y noche, sus sollozos lastimeros eran más bien gritos desgarradores que reverberan en la fría casa, convirtiendo los pasillos en tétricos pasadizos en los que nadie se atrevía a pronunciar palabra alguna.

No en vano, a Jisung no solo le habían arrebatado su hogar, sino también su vida entera. Habían usurpado su mundo en el bosque, su rutina pausada de la que a veces se quejaba, pero que en el fondo amaba desde lo más profundo de su corazón. Le habían despojado de todo lo que conocía para encerrarlo en aquel horripilante lugar, en donde cada rostro lo contemplaba con desdén y miedo, pero no más que el espanto y odio que poco a poco se estaba cocinando en su interior. Aquel repulsivo mundo de sonrisas vanidosas y heladas, de directrices cerradas y ausencia de libertad que le recordaban todo lo que una vez fue suyo y que perdió ese día. Ese maldito día.

El día en el que su madre pereció, asesinada a manos de los hombres que fueron a buscarle.

A pesar del paso de los años, los recuerdos todavía acechaban en su memoria y aparecían recurrentemente en sus sueños, empañando sus noches e impidiéndole olvidar lo que ocurrió aquella tarde. Jisung estaba dentro de la cabaña de madera en el bosque, entretenido cambiando las cuerdas al violín que su madre le había comprado esa misma mañana en la capital. Llevaba tiempo queriendo hacerlo, pues tras tanto uso sentía que necesitaban un cambio y, aunque le inquietaba dañar el instrumento, reunió coraje para pedirle a su madre que se las consiguiera para intentarlo.

Lo primero que escuchó fue una suave fricción que provenía del exterior y que se asemejaba a las hojas quebradas que caían de la copa de los árboles. Al principio, no le dio mucha importancia. Su madre estaba afuera, cuidando el pequeño jardín que rodeaba la cabaña, y era bastante habitual que los animales removieran las hojas caídas en busca de alimento. En caso de que algún animal estuviera rondando por los alrededores, su madre se encargaría de ahuyentarlo. Por ello, decidió ignorarlo y continuar tensando las nuevas cuerdas, mordiéndose la lengua con cuidado para no equivocarse.

Entonces, un escalofrío le recorrió la espalda al escucharlo. No entendió a qué se refería, ni siquiera pudo distinguir las palabras a través del aire, por lo que quizás solo fuera un mal presentimiento o una corazonada que le advertía de que se avecinaba una catástrofe. Fuera lo que fuese, sus manos se movieron solas y dejó el violín sobre el suelo, paralizado por aquella voz:

—Por fin. Por fin te he atrapado.

Sin darse cuenta de lo que hacía, Jisung se levantó lentamente del suelo y trotó hacia la ventana para asomarse por el cristal. Tuvo que ponerse de puntillas para conseguir que al menos sus ojos y nariz alcanzaran la altura de la ventana, pero con cuidado de que no se le viera desde el exterior.

Acordes de una perfidia ┃minsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora