XII

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«Perpetuum Mobile»

Ottokar Nováček

Ottokar Nováček

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—¡Malditos...! —masculló Youngmi cuando el carruaje tropezó con una piedra y les hizo tambalearse. Después, se giró hacia su marido con cara de pocos amigos y espetó—. La próxima vez recuérdame solicitar un carruaje de la familia real, serán mucho más eficientes que los nuestros.

—No estamos en posición de exigir.

—¿Y por qué no? Son ellos los que han solicitado nuestra presencia, qué menos que cedernos uno de sus tantos carruajes. Les sobra el dinero, podrían incluso regalárnoslo.

—Cariño —Junghoon le tomó la mano a su esposa y apretó. A ojos ajenos, puede que hubiera parecido una bonita muestra de cariño. Sin embargo, las venas tensas en su antebrazo y la excesiva fuerza con la que agarraba a Youngmi estaban muy lejos de lo que Jisung creía que era el amor. En Junghoon, solo habitaba la necesidad de controlar incluso a su esposa. Conociéndolo, dudaba que alguna vez hubiera conocido lo que era el amor—, cierra la boca y no digas estupideces. Si quieres que la reunión salga a nuestro favor, déjame que sea yo el que hable, ¿de acuerdo?

Younmi bajó la mirada en señal de sumisión. Apretó los labios, descontenta, pero asintió con la cabeza y, cuando su marido le soltó la mano, se alisó la larga falda y pomposa de su vestido y se retocó el peinado, actuando como si nada hubiera ocurrido.

Jisung acalló la carcajada que nació en su garganta antes de que saliera de sus labios, ni tampoco habló para burlarse de su madrastra. Le hubiera encantado, pero tenía intenciones de pasar desapercibido durante toda la reunión. En cambio, bostezó a causa de la falta de sueño y se recostó contra el sillón, observando de reojo a su hermanastro.

Pálido como una hoja en blanco y con unas exageradas ojeras, Chan no se atrevía a mirar a nadie a la cara. Hombros tensos y rigidez en sus expresiones, él único movimiento que había distinguido era el desinquieto repiqueteo de los dedos sobre su muslo en una clara señal de nerviosismo. Parecía un cuerpo sin alma que se movía a base de órdenes externas, pero sabía que esa quietud solo escondía un huracán de emociones que hacía trizas su corazón adolorido.

Cuando se reunieron a las afueras de la mansión rumbo al castillo, Jisung tuvo intenciones de acercarse a él. Muy en el fondo, le dolía verlo así de perdido. Al contemplarlo, se veía reflejado a sí mismo. A su yo del pasado que tanto se había esforzado en enterrar. Ver un retazo de lo que fue hace años hacía aparecer su compasión ingenua. Sin embargo, precisamente porque Jisung sabía lo que era sentirse destruido, era consciente de que nada de lo que le dijera podría consolarlo. Nada de lo que le dijera sería suficiente para aliviar su conmoción, sobre todo si era él quien le hablaba. No Jisung, el hermanastro bastardo que carecía de corazón y que fantaseaba con la idea de destrozar a la familia que lo había destruido a él.

—Si sigues así, empezarás a echar humo por la cabeza —le susurró Hyunjin al oído. Jisung giró la cabeza de inmediato y frunció el ceño cuando se encontró con sus iris escarlatas, más brillantes que el sol del amanecer—. Deja de mirarlo y háblale.

Acordes de una perfidia ┃minsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora