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«Shape of Lies»

Eternal Eclipse

Eternal Eclipse

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—¡Jisung!

—¿Qué demonios está ocurriendo?

—No respira...

—¡Que alguien me salve! ¡No quiero morir!

A pesar de los gritos, Jisung no reaccionó. El caos de la multitud lo envolvía, danzando en torno a sí como una capa que se extendía desde sus hombros y le confería un halo estremecedor, pero no dio señales de que realmente le interesara la catástrofe. Como si aquellos humanos que se retorcían para seguir viviendo no fueran más que diminutas alimañas que no merecían ni un segundo de su atención.

O no.

—Dios misericordioso, líbranos de esta catástrofe...

—¿Felix? ¿Por qué...?

—¡Detente!

—¡Mi marido está...! ¡Que alguien le ayude o...!

Quizás decir que Jisung no reaccionó fuera injusto, pues no era él quien controlaba su cuerpo. Porque en su cuerpo la dicotomía se había difuminado, la contienda de dos almas que luchaban por hacerse con el control se había alzado con un ganador. En aquella masa de carne, al igual que las del resto de invitados al funeral, su alma parecía haberse esfumado. Se había derretido, se había enturbiado con la angustia del desastre y había dejado un polvo vacío incapaz de controlarlo. A cambio, era otra la que había resucitado. Si es que la suya se la podía considerar una alma, claro.

—¡La princesa Sunhee va a resucitar!

—¡Ayuda! ¡No puedo...!

—Jisung, maldita sea... ¿Puedes hacer el favor de responder?

Así que, en realidad, fue Dios quien no mostró ninguna reacción aparente. Sus labios se curvaron en una sonrisa de vanidad y se limpió el rostro con la manga de la camisa que llevaba puesta. Escupió al suelo y la saliva rebotó contra sus pies, que oscureció la alfombra roja que cubría el pasillo principal que llevaba al ataud. La pisó y extendió la mancha en un acto inconsciente que, sin embargo, era la prueba más evidente de lo poco que le importaba aquel lugar.

Dios miró a su alrededor. Con un suspiro complacido, la escena que le rodeaba le produjo un inmenso placer. Los cadáveres se amontonaban entre los bancos, formando diminutas montañas que se erguían en su afan por huir. Solo algunos humanos permanecían vivos, aunque débiles e inútiles para luchar contra él. Murmuraban rezos sin sentido que le invocaban, se aferraban a los cuerpos inertes de sus seres amados como si pudieran revivirlos. En sus ojos se reflejaba el más puro de los vacíos y mentiría si negase lo hermoso que era el miedo que se adueñaba de sus almas.

Aquellos incautos eran los pocos que habían logrado taparse los oídos antes de que fuera demasiado tarde. Los situados al fondo de la Iglesia habían tenido algo más de suerte y también unos pocos en el medio, aunque le bastaban los dedos de las manos para contar a todos. Algunas caras le resultaron familiares. Tenía recuerdos vagos de su nueva vida como Han Jisung, pero reconoció al que era su hermanastro de sangre.

Acordes de una perfidia ┃minsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora