XIX

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«Asturias»

Isaac Albéniz

Isaac Albéniz

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—¡Hyunjin!

Siseó cuando trató de agarrar a Minho por los hombros y él chilló con más fuerza, como si le ardiese su mero toque. Las manos le temblaban y se mordió el labio inferior, con los ojos inundados en lágrimas. El remolino en su estómago se hacía cada vez mayor y su respiración agitada le estaba empezando a marear. Estaba demasiado aterrorizado como para oír cualquier sonido del exterior.

No sabía qué hacer. Los gritos de su amigo se colaban en su cabeza y no le dejaban escuchar sus propios pensamientos. Hasta hacía apenas una hora, Minho estaba bien. Antes de ir al salón para estar con Jeongin como todas las noches, Hyunjin se pasó por su cuarto para asegurarse de que se encontraba bien. En algún momento, algo tenía que haberle sucedido. Algo que lo hacía gritar así, algo que le hacía aullar como si le estuvieran destruyendo el alma pedazo a pedazo, pero no podía concebir nada que pudiera infligir semejante dolor. Nada en el mundo era tan desolador como para gritar así.

O no. Más bien, solo una cosa en el mundo podía causar semejante daño, pero a Hyunjin le aterrorizaba la idea que se asomaba en su cabeza, lo suficiente como para descartarla de inmediato. Dios no estaba castigando a Minho. Dios no podía castigarlo por segunda vez, si ya lo había convertido en pecado. Hacerle pasar por esa tortura era excesivo incluso para alguien despiadado como su creador.

Con los ojos cerrados, Minho logró arrancarse la camisa con las uñas. Clavó los dedos en su pecho y arañó, dejando senderos de sangre allá por donde pasaban. Con cada rasguño, una lágrima rodaba por sus mejillas. Hyunjin se alarmó. Si seguía a ese paso, acabaría por clavarse las uñas hasta sacarse el corazón del pecho. Se apresuró a agarrarlo otra vez, pero Minho estaba fuera de control. Pateó sobre la cama hasta alcanzar su hombro con el pie izquierdo y lo empujó, haciendo que Hyunjin cayera al suelo en un golpe seco. Tropezó con las patas de la cama y se clavó el travesaño frontal en el estómago. Profirió un gemido ahogado de dolor.

—¡Hyunjin!

Se pasó la mano por el rostro y exhaló. Se apoyó en la cama para volver a levantarse a duras penas mientras el corazón alocado palpitaba contra sus costillas. Minho volvió a aullar y enterró la cara en las sábanas para morderlas, tratando de contener sus gritos. Tragó saliva. Su mente trabajaba a toda velocidad para dar con una solución que claramente no estaba a su alcance y estaba a punto de echarse a llorar por la impotencia, si es que no lo estaba haciendo ya.

—¡Hyunjin, por el amor de Dios! —volvió a gritar Jeongin desde la sala—. ¡Ven aquí y desátame!

—Ahora no es el momento —masculló. Cogió aire y se remangó la camisa para prepararse, mentalizándose a sí mismo para intentar inmovilizarlo de nuevo.

Sin embargo, como si lo hubiera oído desde la distancia, Jeongin exclamó:

—¡Desátame, Hyunjin! ¡Sea lo que sea que le ocurra a Minho, yo puedo ayudarlo!

Acordes de una perfidia ┃minsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora