Capítulo III.

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—Papá — dijo Becky parándose junto a su padre quien estaba sentado en un sofá de la sala.

—¿Qué pasa, cielo? —el hombre miraba su celular.

—Es que quiero platicar contigo de algo importante —la chica jugaba con su playera.

—Claro, siéntate —su padre golpeó el lugar junto a él viéndola sobre los anteojos y enseguida volvió su atención al dispositivo en su mano.

—Papá... —tomó aire y a la vez valor —...quiero continuar patinando... —su padre no dijo nada —...sobre hielo —con eso último llamó la atención del hombre quien bajó su celular y se quitó los anteojos.

—Rebecca, ya habíamos hablado de esto —su tonó era tranquilo, pero con un toque de cansancio.

—Sé que lo hablamos, pero papá, es mi sueño, quiero ser tan buena patinadora como mi abuela lo fue —vio a su padre presionar el tabique de su nariz y cerrar los ojos, sabía que él intentaba tranquilizarse a sí mismo.

—Hija, no, tu debes terminar la universidad y comenzar a trabajar en la compañía que fundé con la intención de que nuestra familia nunca tuviera que vivir las dificultades que mi hermano y yo vivimos.

—Pero Richie puede hacerse cargo, también está estudiando para poder trabajar contigo y yo no dejaré la escuela, pero quiero hacer lo que me apasiona. Patinar siempre me ha dado mucha felicidad y no veo porque esté mal intentar ser feliz. Mi abuela...

—Tu abuela fue egoísta. Siempre prefirió el patinaje antes que a sus hijos. Vivíamos en la miseria porque todo siempre giraba en torno a ella y ese maldito deporte. Tu abuelo nos abandonó gracias a ella. Si tu tío y yo no hubiéramos comenzado a trabajar desde jóvenes no tendríamos nada —el enojó de su padre no pudo ser contenido. Era un tema bastante sensible para él y Becky lo sabía, pero para ella no era una opción el simplemente ignorar su sueño.

—Papá, por favor. Mi hermano y yo estamos muy agradecidos de todo el esfuerzo que mamá y tu hacen para siempre darnos lo mejor y es por ello por lo que me atrevo a pedirte tu apoyo en esto, para mí no es un juego y siempre has dicho que todo lo que hagamos lo hagamos con el mayor esfuerzo y eso quiero, quiero patinar, pero no podría dar lo mejor de mí sí sé que no cuento contigo —esperó unos segundos por la respuesta del hombre.

—Sigue siendo un no, no dejaré que pierdas tu tiempo en algo que no traerá nada bueno a tu vida. Enfócate en tus estudios, estas en tu último año y la compañía te espera. Ahora ve a tu habitación, por favor —su padre habló más calmado, pero no la miró. Él no vio como las lágrimas de su hija se acumulaban y como ella apretaba los labios para no gritar lo molestaba que estaba.

—Papá...

—Ve a tu habitación —la interrumpió con ese tono de voz que amenazaba que, si la escuchaba una vez más, su próxima respuesta sería un tono desagradable.

Becky se puso de pie y contempló unos segundos al hombre que tanto quería y admiraba pero que en ese momento la había hecho sentir terrible. Subió las escaleras casi corriendo y con las lágrimas cayendo por sus mejillas. Al final de las esclareas estaba su hermano sentado con los brazos alrededor de sus rodillas. Cruzaron miradas, pero no dijeron nada y ella continuó su camino.

—Cariño —la madre de Becky entró a la sala y se sentó junto a su esposo.

—No, no quiero un sermón ni que me digas que he sido duro con ella. Debe entender que la vida no es un juego y que se debe esforzar para poder tener una buena vida —la mujer suspiró al escucharlo y lo único que pudo hacer fue abrazar a aquel hombre que lloraba por dentro.

Patinando sobre el destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora