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Normalmente tras un partido, sobre todo si conseguían la victoria, todos los del equipo comían juntos en un restaurante cualquiera. Sin embargo, ya estaban acostumbrados a que Yangyang les abandonase para comer con Renjun -aunque alguna rara vez habían logrado que los dos les acompañasen a comer-.

Aquel sábado no era distinto a otros, Renjun estaba en el sofá del apartamento de Yangyang buscando por internet comida para pedir mientras el menor, que estaba tumbado sobre sus piernas, se quejaba del partido.

— ¡Es que no paraban de hacer faltas! — Yangyang resopló y se llevó las manos al rostro con frustración. — Y el árbitro no pitaba ni la mitad.

— Y aun así habéis ganado. — añadió el pelinegro sin apartar la vista del móvil.

— Pues imagínate si hubieran jugado más limpio.

Con un último suspiro de indignación, Yangyang se sentó en el sofá acercándose más al mayor para observar la pantalla y ayudarle a decidir en vez de seguir pensando en el partido.

Terminaron pidiendo comida china, algo simple y rico, y comieron mientras hablaban de todo y nada. Para Renjun, hablar con Yangyang era una de sus actividades favoritas, porque podían pasar de los temas más estúpidos a asuntos muy profundos. Lo que más le gustaba eran los cómodos silencios que se creaban a veces; sabía que con el menor nunca estaría incómodo, por muy largo que fuera el silencio o muy explícito que fuera el tema. Renjun confiaba ciegamente en Yangyang y viceversa.

Después de comer y limpiar la mesa, fueron a la habitación de Yangyang para descansar cómodos en su cama -porque las veces que intentaron estar juntos en el sofá, alguno terminó en el suelo-, acurrucándose el menor a un costado de Renjun, casi encima de él, con las piernas enredadas. El pelinegro puso algo de música de fondo y suspiró tranquilo mientras acariciaba de arriba a abajo la espalda de Yangyang.

— Me duele todo, Junnie. — se quejó el menor, que tenía los ojos cerrados y el ceño levemente fruncido. — Quédate esta tarde y hazme masajes. — Renjun dejó salir una risa suave.

— Me quedo, pero me pensaré lo de los masajes. — Yangyang pudo escuchar cómo la voz del mayor resonaba en su pecho al tener la oreja pegada a él.

— Puedes quedarte a dormir si quieres, así tienes más tiempo para pensar. — una sonrisa se dibujó en el rostro de Yangyang, que seguía con los ojos cerrados, mientras en los labios de Renjun se formaba un puchero.

— No puedo, voy a cenar con Nana, — la sonrisa del menor se mantuvo intacta, aunque por dentro no estaba satisfecho con la idea. — pero cualquier otro día estaré encantado de invadir tu casa.

Yangyang aceptó la propuesta del pelinegro y continuaron en aquella posición durante un tiempo, antes de que Renjun accediese de verdad a masajear la espalda del menor. Sorprendentemente, el masaje relajó tanto los músculos cansados de Yangyang como la mente inquieta de Renjun, que adoraba la tranquila atmósfera que siempre tenía con el menor.












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La sopa ya estaba lista y servida en dos boles, sólo faltaba esperar a que Jaemin terminase de cocinar la carne para el segundo plato y podrían sentarse en la mesa para cenar. Renjun estaba llenando de agua sus vasos cuando su novio llegó con la comida, dejándola en la mesa antes de sentarse frente al mayor.

— ¿Qué tal le fue en el partido a Yangyang? — preguntó Jaemin antes de comenzar a comer de su bol.

— Ganaron por bastante y yo creo que jugó muy bien, — comenzó Renjun mientras soplaba a la sopa para que se enfriase un poco. — pero él no estaba satisfecho del todo. ¿Cómo te fue a ti?

En un instante la sonrisa del menor creció aún más y empezó a repasar todas las cosas que había hecho con Jeno. Habían quedado bastante pronto para cocinar juntos un postre y llevarlo al picnic, fueron a comprar snacks porque ninguno se acordó de llevar, estuvieron hasta la tarde en el parque, fueron a casa de Jeno a ver una película y finalmente el rubio acompañó a Jaemin hasta su casa.

Renjun siempre había amado escuchar hablar a Jaemin, sobre todo de las cosas que más le gustaban al menor, como la fotografía o los gatos. Pero escucharle hablar de Jeno dolía, porque sabía que no le gustaba de la misma forma que adoraba hacer fotos. Y a él tampoco lo amaba de la misma manera que amaba a Jeno.

— Por cierto, — Jaemin se levantó de su silla para ir a su habitación. — tengo algo para ti, cierra los ojos.

Regresó con las manos detrás de la espalda y manteniendo su bonita sonrisa en el rostro. Se acercó al pelinegro, quien le dio una última mirada confundido antes de cerrar sus ojos. Jaemin tomó una de las manos de Renjun y deslizó una pulsera de cuentas por ella, provocando que el mayor abriese los ojos de inmediato.

— ¿Te gusta? Estuvimos haciendo pulseras y quería regalarte una. — Renjun dio vueltas a la pulsera alrededor de su muñeca para ver todos los detalles y sonrió mirando a su novio.

— Es preciosa, Nana, — desde su asiento abrazó por la cintura al menor, apoyando la cabeza en su abdomen. — muchas gracias.

— Me alegra que te guste, no sabes lo que me costó hacerla, — Jaemin suspiró y acarició suavemente los mechones oscuros de Renjun. — se me caían las cuentas todo el rato.

El mayor rió estruendosamente y se separó del abrazo para mirar a su novio con una amplia sonrisa. Después de dejar un beso en la frente de Renjun, Jaemin regresó a su silla y ambos continuaron comiendo con tranquilidad.

Cuando terminaron de recoger la cocina, decidieron tumbarse en la cama del menor para descansar por fin. Para Renjun, cenar en casa de Jaemin y pasar la noche con él era increíble, pero si lo comparaba con la tarde con Yangyang faltaba ese sentimiento hogareño que le transmitía siempre Yangyang. Con Jaemin era bonito y con Yangyang era doméstico.

Aun así, se acurrucó en el costado del menor y cerró los ojos satisfecho con su día, aunque seguía sintiendo un pequeño pinchazo en el corazón cuando pensaba en su novio con cierto rubio. Por eso decidió pensar en otra cosa y dejarse llevar por el sueño.










do mi ti - renmin/renyangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora