La carretera se hizo estrecha cuando el coche entró en un sendero algo alejado de la ciudad. Acechaban las siete de la tarde, y pese a que el cielo ya yacía prácticamente oscuro, aún era un ambiente cálido lo que recorría sin esfuerzo la brisa del lugar.
Y ahí estaba él.
De brazos cruzados, viéndose obligado a ceñirse sin escapatoria a lo que sería su nueva vida a partir de ahora. Resignado, rendido ante el futuro que se oponía a su libertad, sin opción alguna que no fuera entrar a vivir ahí.
El orfanato.
Un edificio construido en lo que podría denominarse como el culo del mundo, un lugar solitario y casi abandonado por la especie humana. Nadie iba por allí nunca.
Tan solo las familias que, con falsa apariencia e ilusión extraña, se presentaban un día cualquiera, decididos a darle una buena vida al desafortunado individuo que escogieran. Creyéndose salvadores por intentar curar con una vida ajena lo que el mundo había acabado rompiendo sin esfuerzo.
Personas narcisistas, con complejo de héroes. ¿Qué culpa tenían los huérfanos de los orfanatos de que sus vidas fueran una mierda? ¿Acaso creían que escogiendo un hijo, conseguirían arreglar lo que no tiene arreglo?
Quizá era aquel el pensamiento que lo llevó a estar justo donde estaba, en el interior de aquel coche que cada vez se acercaba más a lo que sería su nuevo hogar a partir de entonces.
Sully Wood.
Un orfanato creado a partir de lo que en su día fue una prisión de alta seguridad, donde acostumbraban a llevar a los más peligrosos y despiadados asesinos. Alejado de la humanidad, con la única esperanza de que el intento de fuga de todo aquel que lo quisiera intentar, se redujera a nada.
Y mentiría si en lo largo de aquel camino, Louis no había pensado en más de diez formas de escapar. No conocía el lugar, no tenía ni la más remota idea. ¿Pero qué mejor que tener un plan en mente desde el principio?
Con un pasado en el que sus padres jamás estuvieron presentes en su vida, destinado a vagar de orfanato en orfanato a medida que conseguía escaparse del anterior. No había agente policial que no supiera su nombre, ni guarda de orfanato que no supiera quién era.
Ni siquiera era su culpa que, cada vez que una familia apostaba por acogerlo, todo acabara en una escapada por el mundo hasta encontrarlo semanas más tarde. Porque, si algo tenía claro, era que no quería ser acogido por nadie. Jamás sería el parche de ninguna relación, ni el intento de felicidad de una familia hundida en la rutina y la monotonía.
Él no era un juguete, no era una persona rota. Y, por tanto, no necesitaba ser arreglado por absolutamente nadie.
—No te vayas muy lejos, viejo —retó con algo de burla, sin dejar de mirar por la ventanilla del coche.
El agente policial que conducía el vehículo, lo observó confundido por el retrovisor.
—¿Por qué?
—Volveremos a vernos muy pronto.
El rostro del agente se puso algo serio, y tensó la mandíbula.
—Sabes que esta vez será diferente, Louis.
—Espero que no hayas creído tú también que esa mierda de prisión no tiene escapatoria —exclamó en una carcajada—. Y, si realmente no la tiene, yo mismo seré quien haga una.
—No es una prisión, es un orfanato.
—No veo la diferencia.
El hombre ahogó un suspiro ante el comportamiento del joven, y suavizó sus palabras tratando de no cruzar la línea que él mismo se encargaba de marcar.
—Louis, ¿Por qué no intentas ser feliz? Deja que alguien te encuentre, que te cuiden como te mereces —suspiró. Habían sido tantas las veces que había tenido que ir a buscar al chico de cualquier lugar, que ya habían forjado un lazo más allá de lo profesional. Y ambos lo sabían, aunque Louis no estuviera dispuesto a admitirlo.
—No lo necesito —su tono de voz se oscureció, y giró su rostro para mirarlo directamente a los ojos a través del retrovisor—. Y no vuelvas a meterte en mi jodida vida, viejo. Nunca.
Un silencio abismal selló por completo el resto del camino, donde Louis continuó maquinando en su mente tantas escapadas como fueran posibles.
Le daba igual que lo hubieran trasladado a aquel orfanato específicamente para que no pudiera fugarse. Le daba igual el pasado del edificio, las normas y el estilo de vida que acostumbraban a aplicar allí.
Tan solo ansiaba libertad. La libertad de sentir que su vida era suya, y de nadie más. Única y exclusivamente de la persona por la que a día de hoy podía decir que seguía vivo. Él mismo.
Kol, el agente policial, frenó el coche frente a un enorme edificio. Las paredes no conseguían un blanco limpio, sino más bien uno sucio y dejado. Desde el exterior realmente parecía una prisión abandonada, más que un lugar en el que vivían menores de edad.
Había que admitir que aquello era un punto a su favor. Al ser más correcional que orfanato, sabía que todo serían jóvenes de entre dieciséis y diecisiete años. Y le alegraba saber que no tendría que compartir más habitaciones con niños babosos y asquerosos.
Salió del coche colocándose sus gafas de sol, recibiendo una mirada algo amarga del policía como respuesta. Un trabajador del orfanato entró sus maletas al edificio mientras él lo observaba con sorna desde el exterior, y entrecerró los ojos pensativo.
—Con que el orfanato Sully Wood, ¿No?
—Sí, Louis.
Ahogó una risa burlona, y miró al policía una última vez antes de encaminarse hacia el edificio.
—¿Y a qué estamos esperando?
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El orfanato
Fanfiction¿Sería capaz de arder la llama del amor en los adentros de un orfanato, o su fuego acabaría arrasando con todo lo que encontrase a su paso? Entre las paredes de un edificio en el que el misterio, la pasión y la lujuria, jamás han dejado de ser los p...