Capítulo XX

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Entró en el comedor con una sola manzana entre sus manos, dubitativo de si debía entrar o no. Hacía dos días que no se hablaba con Harry, que ni siquiera se dedicaban miradas perdidas entre la multitud que los separaba. Y temía encontrárselo de frente y no saber cómo reaccionar.

Se sentó en aquella mesa que se proclamó suya cuando no se vio con coraje de sentarse en la que compartía con ellos, y miró a su lado. La silla vacía en la que solía sentarse con Niall.

Él ahora estaba enfadado. No entendía sus motivos, sus hechos, ni lo que había pasado. A sus ojos, Louis tan solo era un insensible que amaba jugar con la gente, quien no dudó en meterse con la persona más rota del orfanato. Sin sentimiento alguno por romperlo un poco más.

Y no lo culpaba, pues él mismo se encargó de que fuera así. Necesitaba que fuera creíble, que nadie supiera que aquel chico al que le rompió el corazón dos noches atrás, se había convertido en lo que siempre soñó y la única persona que quería en su vida. Necesitaba que nadie supiera que amaba con todo su corazón a quien siempre fue amor de su vida.

Pero dolía como el jodido infierno. Cada destello de tristeza en aquellos ojos verdes que un día brillaron por él, ahora apagados también por su culpa. Cada desvío de su trayectoria para no cruzárselo, cada momento que pudieron hacer suyo y ni siquiera reunieron valor ni para mirarse a los ojos.

Se habían convertido en dos fantasmas. Dos desconocidos con un pasado y, quizá, y solo quizá, con todo un futuro por delante.

—¿Qué hace tan sola la putita de Styles? —un interno se sentó a su lado, siendo completamente ignorado por él, y un segundo se sentó a su derecha, dejándole en medio de ambos—. ¿Ya se ha cansado de ti?

—No tanto como tu puta madre lo hizo a ti. ¿No se tiró por un puente? —lo miró con frialdad, encarándolo—. Así de cansada la tenías.

—Eres un hijo de puta.

—Lo sé —sonrió con arrogancia, mordiendo la manzana bajo sus atentas miradas.

—Sal al patio si tienes huevos, putita. Mereces que alguien te enseñe lo que es el respeto.

—¿Y qué respeto que tienes tú? —lo miró directamente a los ojos—. Yendo por la vida como si fueras el intocable del mundo, cuando solo eres una puta mierda que no sirve para nada.

—¿Qué estás diciendo?

—Que te pires, joder —resopló cansado de aquel numerito, levantándose de la mesa con ellos detrás. Se giró antes de salir del comedor, encarándolos de nuevo—. ¿Queréis un autógrafo? Pues comedme la polla y que os den por culo.

—Comérmela me la comerás tú a mí cuando salgas al puto patio donde no nos pueda ver nadie.

—Eso no alimentaría ni a un muerto de hambre.

Acabó saliendo del comedor enfadado, queriendo acabar con aquella absurda conversación. Cerrarles la boca tal y como tan bien sabía hacer. Mediante golpes.

A lo lejos, unos ojos verdes lo observaban sin disimulo alguno, en mitad de aquella mesa en la que no hubo silencio ni un solo segundo. Fue Zayn quien captó su atención.

—Harry.

—Déjame —sus ojos estaban rojos, y su voz estaba extremadamente ronca. Hacía dos días que no dormía bien, que apenas comía y en los que ni siquiera se preocupó por hacer ejercicio.

—Deja de martirizarte —suspiró observándolo, con tristeza en sus ojos y delicadeza en sus palabras.

—Cállate, Zayn. Déjame tranquilo.

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