Capítulo XXI

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Fue Harry quien, lejos de contenerse, se abalanzó sobre él estampándolo contra la pared. Ahora sin nada que lo detuviera si quería matarlo allí mismo, cumplir con él su más absoluta voluntad por muy oscuros y sádicos que fueran sus deseos.

Porque ahora era como una bestia desencadenada, con la puerta abierta de una jaula que lo había mantenido preso durante toda su vida. Sin nada que perder, con todo a su favor. Siendo él quien, a partir de aquel mismo momento, llevaría el control de todo lo que se le había escapado siempre de las manos.

Sus ojos inyectados en sangre se clavaron como cristales en el marrón de los suyos, mientras sus manos ejercían fuerza sobre la piel de su cuello. Ni siquiera trató de no cruzar aquella línea que lo separaba de la muerte sin esfuerzo alguno.

—¿Qué cojones estás diciendo? —habló sin separar los dientes, con el único movimiento de sus labios pronunciando cada palabra. Su mandíbula estaba tensa, y todo su cuerpo permanecía estático frente a él.

—Tú no eres mi hijo, gilipollas. Por desgracia, lo es él.

Su mente trabajó a mil por hora para hallar respuesta a todas las preguntas que azotaron su cabeza al escucharlo. Sin embargo, y como era evidente, no encontró ninguna.

—Sé más explícito —incrementó la magnitud de su agarre, dificultándole respirar.

—Me junté con tu madre cuando tú tenías meses de v-vida —explicó con dificultad—. Pero en la noche de tu segundo cumpleaños, me emborraché, discutí con Anne, y d-decidí salir a tomar el aire. Fue cuando conocí a Johannah en un bar, y acabé a-acostándome con ella —su roñosa mirada se clavó en el tembloroso cuerpo del ojiazul, quien trató de no vomitar con todas sus fuerzas—. Y de ahí naciste tú.

Los ojos del rizado se cristalizaron frente a la realidad que se desplomó sobre sus pies a medida que iba escuchando sus palabras. Tantas mentiras, tantos misterios... el saber que todo lo que había conocido hasta ahora, había sido una absoluta farsa.

Tragó saliva tantas veces que acabó ardiéndole la garganta, y lo soltó despacio, sin saber muy bien como actuar. Asimilando cada recuerdo que aún conservaba en su mente, rebuscando en aquel baúl que creyó olvidado desde años atrás.

—¿Y por qué cojones volviste con mi madre si no la querías? ¿Tan podrido tienes el corazón? —sacó fuerzas de donde no las tenía para preguntar. Necesitaba entenderlo.

—Yo era feliz con tu madre hasta que supe que esa cocainómana se quedó embarazada de mí. Pero después de eso, no podía mirar a Anne sin volver a aquella noche. ¿Por qué crees que te obligué a matarla? —aquella última pregunta caló en sus huesos como un escalofrío que sacudió su cuerpo hasta enfriarlo por completo—. Para dejar de sentirme culpable. Para dejar de tener que levantarme cada mañana en una cama, al lado de la mujer a la que había engañado con otra. La culpa dejó de existir en mi interior cuando su cuerpo sin vida cayó al suelo —una sonrisa enfermiza se formuló en sus labios al recordarlo—. Y toda esa misma culpa que cargué yo durante tantos años, recayó sobre ti en aquel mismo disparo.

No podía moverse. Ni hablar. No podía hacer nada que no fuera revivir aquella noche una y otra vez, volviendo al momento en que ese hombre lo obligó a matar a su madre con la condición de dejar vivos a sus dos hermanos pequeños. Iluso de él, quien no sabía que acabaría matándolos también mientras él lloraba abrazado al cuerpo sin vida de su madre.

Miró a Louis con los ojos abiertos de par en par, la respiración agitada, y un nudo en el corazón. Sin mediar palabra alguna. Limitándose a observarlo.

Él, por su parte, dirigió su fría mirada a Patrik.

—Abandonaste a mi madre —el rencor resonó en sus palabras vacías, apuntando directamente hacia el hombre que, con arrogancia, sonreía aún apoyado en la pared.

El orfanatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora