Capítulo XII

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Ni siquiera fue capaz de disimular la cara de sorpresa que se le puso en ese mismo momento. Su mandíbula se desencajó, y su cabeza trató de juntar piezas sin sentido de un puzzle que parecía no tener sentido alguno.

—No entiendo nada.

—¿Por qué te crees que estoy yo aquí? —se encogió de hombros con desinterés—. Me trasladaron por él. Quería tenerme bajo su supervisión. Poder regocijarse en el poder que obtenía frente a mí al convertirse en el guardia de mi orfanato.

—Pero no lo entiendo. Esto es un orfanato. Si él es tu padre, deberías viv...

—Se desentendió de mí —lo interrumpió antes de que pudiera acabar su pregunta, y bajó la cabeza algo incómodo—. Solo dejemos de hablar de esto, ¿Sí? Y no se lo digas a nadie. No puede saberlo nadie.

—Ese hombre nunca me cayó bien —trató de apaciguar el momento.

—Imagínate a mí.

Louis pudo divisar en su mirada perdida un destello de rencor. Como si un poderoso recuerdo quisiera florecer en su interior, hacerle recordar lo que parecía haber olvidado por su propia seguridad. Refugiándose en una realidad que él mismo creó para autosabotearse en su defensa.

Sin embargo, fue él quien abrió la boca antes de que el ojiazul pudiera llegar a una conclusión, y ladeó su rostro para mirarlo de nuevo.

—Cuéntame algo de ti.

—¿Acaso te importa?

—En absoluto. Pero me aburro, y visto que tengo que compartir mi tiempo contigo en este momento, qué menos que enterarme de algún cotilleo ajeno.

—Ni que fueras la vecina maruja del pueblo.

—Podría ser la del orfanato —reconsideró la opción, haciéndolo reír.

Sus ojos vagaron inconscientemente hacia la sonrisa de su contrario. Observándola, percatándose de lo hermoso que lucía cada vez que sus labios se curvaban en aquella sonrisa dulzona. Sonriendo a su misma vez sin darse cuenta.

—Espero que no sirva de precedente —realizó una pequeña pausa considerando sus palabras. Pensando si valía la pena, si su dignidad seguiría intacta y su orgullo quedaría al frente. Sin embargo, acabó dándole igual todo cuando bajó la cabeza algo tímido, sin poder dejar de sonreír—. Pero tienes una sonrisa preciosa, fierecilla.

—¿Tienes fiebre?

—¿Por qué debería tenerla?

—Tramas algo —asumió él solo—. Planeas tirarme por el precipicio, y quieres distraerme.

—¿Se puede saber de qué estás hablando? —su rostro reflejó la confusión en la que no estaba entendiendo nada—. ¿Qué cojones te pasa?

—¿Por qué me haces un cumplido?

—Ah, bueno. Perdón —bufó frustrado—. A partir de ahora te diré que eres más feo que pegarle a un padre. ¿Mejor? ¿Te gusta más así? —ironizó rodando los ojos.

—Eres gilipollas.

—Y tú un cansino insoportable.

—Al menos no tengo cara de orangután.

—Ni yo un cuerno de rinoceronte —miró su frente con descaro, tratando de no reír.

Louis se ofendió de inmediato, y se lo tapó con los dedos para ocultarlo de su vista.

—¡Es un grano hormonal, pedazo de imbécil!

—Cuerno de rinoceronte —tarareó riendo.

—Te voy a meter una hostia... —lo dejó en el aire sin saber muy bien qué decir, y Harry estalló a carcajadas, tumbándose en el césped sin dejar de reír.

El orfanatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora