Final

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Una sonrisa ladina se formuló en sus labios casi sin darse cuenta cuando pudo ver como se mordía la lengua con concentración, enfocando toda su atención en los ingredientes que removía de vez en cuando en aquella sartén. Cortando ciertas hortalizas a la par que vigilaba el fuego, tratando de prepararle lo que él mismo denominó como la comida más rica del mundo.

Pudo visualizar, también, una capa de sudor cubriendo gran parte de su espalda desnuda, haciéndola brillar lo justo y suficiente como para obligarle a morderse el labio. Con el trapo que utilizaba para limpiarse las manos de vez en cuando sobre su hombro izquierdo, y sus despeinados y desenfrenados rizos recogidos por una bandana blanca que no le ayudó en absoluto a mantener la cordura al verlo.

Decidió levantarse de la silla en la que estaba sentado tras de él, y apoyó sus brazos cruzados sobre la encimera, quedándose a su lado.

Él sonrió al percatarse de su presencia, mas no lo miró.

—No me desconcentres, Tomlinson. No me apetece quemar la comida y que mi hermana me obligue a pagarle una pizza.

—Esa niña las aprovecha todas. ¿Deberíamos matarla? O llevarla a algún orfanato lejos de aquí.

—No te pases, idiota —trató de no reír, pero una débil sonrisa lo traicionó.

—Es el demonio en persona.

—¿Ah sí, tío Lou? —escuchó su voz a sus espaldas, y se giró hacia su procedencia. Estaba de pie, observándolos desde el marco de la puerta. Cruzada de brazos y con aquella traviesa mirada que tanto la caracterizaba.

—No soy tu tío, mocosa.

—Me da absolutamente igual. Yo quiero llamarte así.

—¿Quieres que te encierre en tu cuarto hasta que venga tu madre? Podría hacerlo si quisiera, así que no me retes.

—¿O qué?

—Suficiente.

La escandalosa risa de la niña bañó las paredes de aquella cocina cuando el ojiazul comenzó a perseguirla, corriendo tras ella con él único objetivo de alcanzarla y enfadarla a base de torturantes e insistentes cosquillas. Un propósito que acabó consiguiendo sin mucho esfuerzo unos segundos después.

La lanzó sin ningún tipo de delicadeza al sofá, donde no tuvo piedad alguna con ella. Haciéndole cosquillas hasta que las carcajadas se ocuparon de privarla de la respiración y su rostro se volvió rojo como un tomate. Fue Kol quien lo regañó cuando entró en la sala de estar, haciéndole resoplar algo indignado.

—Claro, la razón para ella porque es pequeña, ¿No?

—La razón para ella porque poco más y la asfixias —su rostro estaba serio, pero Louis sabía que se estaba esforzando por no reír. Sin embargo, aún y siendo consciente de aquel detalle, resopló cruzándose de brazos.

—Por favor, qué exageración. Esta juventud de hoy en día ya no aguanta nada.

—Darcy, ¿Estás lista?

—Sí —sonrió con inocencia, enseñándole el dedo a Louis sin que Kol consiguiera verla. Hecho del que no pudo quejarse, pues él mismo se lo enseñó.

—¿Lista para qué? ¿La llevaréis a un reformatorio donde aprenda a respetar a los demás? Porque sería un buen pensamiento.

Pellizcó su brazo suavemente mientras pronunciaba aquellas palabras, haciéndola reír al aguantarse las ganas de devolvérselo. Una mirada cómplice recorrió los ojos de ambos antes de girarse de nuevo hacia Kol cuando contestó entre risas.

—Louis, por favor. Deja de ser así con ella. ¿No ves que es un angelito?

—Sí —ironizó su tono de voz—. Un angelito travieso.

El orfanatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora