Capítulo X

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Un pinchazo sacudió su cabeza cuando los rayos de sol se filtraron por la ventana impactándole de lleno en los ojos. Se removió inquieto sintiendo un dolor de cabeza insoportable, y suspiró aún medio dormido.

Pasaron unos segundos hasta que decidió abrir, muy despacio, su ojo derecho. Y miró a su alrededor con desgana.

—¿Qué cojones? —murmuró para sí mismo, sin reconocer la habitación.

Aquella no se parecía en nada a la suya. Era grande, espaciosa. Con un gran ventanal que duplicaba el suyo, y una puerta a lo que parecía ser un baño privado. Desde luego, no era su habitación.

Sintió como todo su cuerpo se descompuso cuando decidió girarse, pero la sorpresa que se llevó al verlo dormido a su lado, opacó todo mal que pudiera sentir en aquel mismo momento.

Un miedo repentino se apoderó de él, y un fuerte mareo lo hizo caer al suelo cuando se levantó con rapidez.

—¿Eres tonto o eres tonto? —murmuró Harry con los ojos cerrados. Su voz estaba ronca, muy ronca.

Louis comenzó a hiperventilar.

No podía recordar nada. Se sentía confuso, desorientado, perdido. Como si hubiera dormido durante un mes seguido y la vida hubiera pasado frente a sus ojos sin darse a penas cuenta.

Y lo peor, era haberse despertado en su cama. Con él.

—Dime que no he dormido contigo —suplicó en un hilo de voz—. Júrame que no ha pasado nada.

—Si ha pasado —gruñó.

—¿Qué? —entró en pánico.

—Ha pasado que me has metido una de golpes, que te los devolvería todos con mucho gusto —murmuró enfadado.

—¿No hemos...?

—Ya te gustaría.

Una sonrisa traviesa se formuló en sus labios cuando se estiró al disponer de toda la cama para él, y Louis lo observó.

El color de su piel morena resaltaba entre las sábanas blancas que cubrían su cuerpo de cintura hacia abajo. Su espalda estaba desnuda, y sus rizos despeinados constaban de un frenesí esparcido por toda la almohada, ocultándole parte del rostro. Sus labios se mantenían entreabiertos dejando pasar la tranquila respiración que mantenía desde que se despertó, y los músculos de sus brazos acabaron marcándose del todo cuando abrazó la almohada con fuerza, acurrucándose en ella.

Louis cerró los ojos y se tapó los oídos con sus dos manos, meciéndose a sí mismo con lentitud. Sentía que se ahogaba.

Sentía miedo, mucho miedo. Y no entendía como había podido ser tan tonto de haberse dejado dormir con alguien, a sabiendas de lo vulnerable que debió haber sido en aquel estado.

—Podría haber pasado otra vez —murmuró muy flojo, para sí mismo—. Otra vez. Otra vez.

—¿Qué? —gruñó.

—¿Has intentado algo?

—¿Qué?

—Conmigo. ¿Has intentado...?

—He intentado que no me rompieras una pierna, sí. ¿Sabes la de patadas que me has dado? Ni jugando a fútbol habrías dado tantas.

Pero Louis no consiguió encontrar la gracia. No tenía fuerza, no quería reír. Tan solo necesitaba respirar.

Recuerdos se amontonaron en su cabeza martirizándolo aún más, y su respiración se agitó cuando perdió el control de sí mismo. Alterándose. Perdiendo toda la cordura en el mismo momento en que estalló en llanto.

El orfanatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora