Capítulo XXIV

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Miró aquel trozo de papel que sostenía entre sus manos por enésima vez. Con una expresión confusa en su rostro, sin saber muy bien por dónde empezar. Louis lo miró burlón.

—¿Hacer la compra se le queda grande al peligroso y temido Harry Styles? —ironizó divertido, agarrando un carro de la entrada para caminar hacia el interior del supermercado. Él lo siguió ofendido.

—Claro que no, imbécil. Sé perfectamente dónde está todo.

—¿Ah, sí? —alzó las cejas ladeando la cabeza, mirándolo por encima del hombro—. Pues ten.

No pudo evitar fruncir el ceño cuando vio que le pasaba el carro de la compra, mirándolo algo confuso. Sin embargo, orgulloso y egocentrico como él solo, lo agarró con decisión.

—Veamos —observó la lista nuevamente, horrorizándose ante la primera palabra que leyó—. Acelgas. ¿Qué cojones? ¡¿Quién compra acelgas por gusto?!

—¿Ahí pone acelgas? No, definitivamente yo no pienso comprar eso.

—Nos vamos entendiendo.

—¿Sabes qué creo? —frenó sus pasos para observarlo, agarrando la lista al quitársela de la mano—. Que podríamos tirar esto y comprar cosas a nuestro gusto.

—¿Me estás diciendo de desobedecer a nuestros mayores, señor Tomlinson? —alzó las dos cejas al girarse hacia él, con una expresión divertida en su rostro. El ojiazul sonrió travieso cuando lo vio acercarse despacio.

—¿Cuándo no hemos desobedecido nosotros? Si somos el mal en persona —caminó hacia atrás hasta que su pared chocó con uno de los estantes de aquel largo y solitario pasillo. Harry, sin embargo, no frenó sus pasos hasta quedar a escasos centímetros de su cuerpo, mirándolo a los ojos y humedeciéndose los labios con picardía.

—¿Eso significa que podemos hacer cosas malas? —su mano derecha se coló sutilmente por debajo de su camiseta, deslizándose por la cintura del ojiazul. Sonrió cuando vio su garganta contraerse al tragar saliva algo nervioso.

—Estamos en un sitio público, pedazo de sinvergüenza —susurró sonriente, cerrando los ojos cuando sintió sus labios devorando su cuello. Su mano se enterró en los rizos de su nuca, y agarró el brazo con el que acariciaba su espalda por debajo de la camiseta, en ágiles y cálidos movimientos.

—¿Acaso importa?

—En absoluto —sus labios se entreabrieron al jadear, y miró a su alrededor—. Pero sigues siendo un sinvergüenza.

—No te escucho pedirme que pares —continuó besando su cuello con la única intención de provocarlo. Erizando su piel, y estimulando todos y cada uno de sus sentidos.

—Tampoco lo vas a escuchar —jadeó.

Tuvo que taparse la boca cuando sintió como colaba su mano por el elástico de su pantalón de chandal, rozando su miembro tan suavemente que no pudo evitar gemir en un susurro. Su frente cayó sobre el hombro del mayor mientras sentía sus caricias torturándolo con desespero, y lo agarró de la camiseta cerrando su puño con fuerza, haciéndolo sonreír.

—Harry —susurró inquieto, ahogando un fuerte gemido cuando comenzó a masturbarlo—. Eres jodidamente odioso.

—No grites, bebé. No querrás que nos descubra todo el supermercado, ¿No?

—En este momento, me da absolutamente igual el puto supermercado —sus ojos permanecían cerrados con fuerza, y su mano aún agarrándolo de la camiseta, buscando equilibrarse en él.

Fue una sorpresa para Harry el sentir sus carnosos labios en su cuello, besándolo tan despacio que dolía. Entreteniéndose contra su piel para saciar con él las ganas que se agolparon en su garganta por gritar su jodido nombre, así como el morbo que le ofreció el estar en mitad de un pasillo en el que podría entrar cualquiera en cualquier momento.

El orfanatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora