26| Llévame contigo.

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Llévame a París cap #26

En haber hablado con Thomas me relajo mucho.

En escuchar su voz...

Que mal que no pudimos seguir hablando.

Yo quería seguir hablando con el.

Duraría horas y horas hablando con Thomas, solo por escuchar su voz.

Su voz varonil y sutil que hace que me vuelva loca cuando la escucho.

Pero bueno...

Después de eso, de mi pequeña decepción, me hice la cena ya que mi mamá no está en casa. Se había ido a una reunión con unos amigos.

Se lo merece, siempre trabajando y ocupada haciendo cosas. Una pequeña reunión no le va a caer mal.

Cene cereal con leche—que original, ¿no?—y después me puse a ver una novela.

Creo que me quede dormida, porque cuando volví a despertar ya era de día.

No, te quedaste despierta y cerraste los ojos y ¡sorpresa era de día!

Que sarcástica eres consciencia.

Gracias.

Me desperté con dolor de cuello y espalda—ya que me había quedado dormida en el sofá— y me dirigí al cuarto de baño a cepillarme los dientes y bañarme.

Me puse unas licras color azul oscuro, el suéter que tenia guardado de Thomas, me hice unas trenza en mi cabello y mis respectivas pantuflas.

Era domingo y, gracias a todos los dioses, no tenía tareas que hacer.

¿Que felicidad, verdad?

Mi mamá había salido a hacer las compras y regresaba en un rato.

Mientras que yo, me dedique a hacer el almuerzo.

Si, me había levantado a las once de la mañana, y ya eran las doce ya. Así que quise darle una sorpresa a mi mamá ¡y que mejor que una comida!

Un millón de dólares.

Bueno, eso también.

Aunque quién siempre hace la comida soy yo, un almuerzo especial no cae mal.

Mientras, me puse a hacer lasaña.

Si, lasaña.

¿Cómo va a hacer el resultado? Ni idea, he visto un millón de veces a mi madre hacerla—es la única comida que por cosa de la vida no quema— pero igual me estoy guiando de un tutorial por YouTube.

Mientras hacía la lasaña, o el intento, comenzó a sonar el timbre de la puerta.

Así que dando pequeño saltitos de felicidad, abrí la puerta.

Y me conseguí una gran sorpresa.

Una inesperada.

No era mi mamá.

Era Ale.

—¡DIANEEEE!

—¡ALEEEE!

Y nos dimos un abrazo.

Tenía más de un año, casi dos, que no veía a Ale.

Mi mejor amiga.

—¡Sorpresa!—chilló y me dio otro abrazo y no paraba de besarme las mejillas.

—¿Cuando llegastes?

—Hace dos horas y automáticamente me llegue a tu casa ¡Te extrañe tanto!—chilló.

Por ti hago lo que sea| EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora