Steel Systrom: Guerra inminente

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Llevaba años siguiéndole la pista a las mafias. Muchas eran antiguas, siendo dos las que se caracterizaban por sus años con el poder de la delincuencia. Aun así, había visto cambios en los últimos meses, comenzaban a unirse unas con otras, creando alianzas y bandos, quedando así tres puntas, tres bandos importantes dentro de la ciudad.

Sus líderes eran Giant, Bronces y Donelli, dos hombres y una mujer con el poder de prender fuego cada sector de la ciudad y verse inmune. Cada uno de ellos tenía dominio de grandes territorios, exceptuando el centro de la ciudad, donde la Guardia Carmesí limpiaba las calles de la delincuencia, manteniendo las apariencias de cara al mundo.

El papel que releía Steel una y otra vez tenía una dirección que quedaba al suroeste de Córdoba, donde el dominio era de Sara Giant. La mujer más poderosa de toda la ciudad, una mujer de clase alta que poseía esclavos y mantenía una fachada como dueña de un imperio de hoteles. Eran pocos quienes conocían su identidad como líder mafiosa, al muchacho le había costado conseguir esa información, necesitado mucha sangre para lograr que el secreto salga a la luz.

Para suerte de la mujer y quizás para él, la pandilla que había matado a los cachorros no pertenecía a las que ella lideraba, por lo tanto, el rencor que el sentía no era personal, era moral. En su opinión las pandillas eran la escoria que gobernaba las calles de la ciudad, lo había sentido mientras vivió en ellas y lo observaba hoy en día mientras se intentaba escapar de la realidad que lo atormentaba bajo el dominio de su Señor. Las mafias crecían cada día, uniéndose para aprovecharse del débil, atormentar al pobre y al rico, y matar a quienes se enfrenten a ellos.

La única diferencia entre la clase alta y la mafia era que esta última actuaba desde el anonimato y las sombras, mientras que la nobleza lo hacía todo a la luz, torturaba a sus esclavos con plena libertad. Por lo que Steel sentía que entrometiéndose en los asuntos de las pandillas de algún modo le servía para apaciguar aquella impotencia que sentía al enfrentarse a la nobleza y sus actos sádicos y opresores.

Al comienzo solo atacaba a toda pandilla que se encontraba para sentir la adrenalina, a veces buscaba incluso sentir la vitalidad que sintió cuando usaba usó sus poderes, pero esta nunca apareció. Con el tiempo sus técnicas de peleas mejoraron, al punto de lograr vencer grandes grupos de pandilleros, aunque solía elegir pandilleros con pocas habilidades, personas que no pertenecía a los altos mandos al final descubrió que siguiendo a puestos más importante dentro de las pandillas conseguía descubrir información más importante y relevante.

Existía algo inminente, una guerra latente entre mafias, para la que sus líderes se estaban preparando, o por lo menos eso era lo que sospechaba. Había sido de modo ascendente, de a poco la delincuencia iba creciendo, ya no era suficiente la Guardia Carmesí para detener las muertes de gente inocente y de otras que no lo eran. Varios ataques eran cruciales dentro de su guerra silenciosa, personas de altos mandos, gente que cumplía un propósito, bandas con una razón de ser, con habilidades superiores.

Los ataques de Steel no eran cruciales, pero habían llamado la atención, se daba cuenta que muchos lo reconocían, y los rumores sobre él se habían esparcido por las calles, aunque nadie lo había ubicado aún. Era casi como una astilla en el dedo, molesta pero no vital. La mayoría de las mafias lo ignoraban, después de todo lo único que hacía era robar y dejar inconsciente a los pandilleros, a veces les quitaba información, y solo mató a un par de miembros importantes. Aunque dudaba que vincularan esas muertes con él, usualmente lo hacía ver como un ataque de una mafia enemiga, era bueno recreando los modos operandi de las mafias gracias a que había visto muchas esos últimos años.

Saltó sobre un tejado alto, las cúpulas de la ciudad se veían oscuras en las noches a pesar de las luces que iluminaban las calles, solía usarlas como escondites, nadie se fijaba en los techos. Para su sorpresa la dirección que había en la nota que halló esa mañana se encontraba en la parte alta de la ciudad, un barrio de gente poderosa, nobles que derrochaban su dinero en lujosas mansiones. Se agazapó sosteniéndose de una punta de metal sobresaliente en borde del tejado, un adorno superficial que solo tenían esa clase de casas. El gato blanco caminó silenciosamente por el tejado, rodeándolo con movimientos silenciosos.

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