01 de diciembre de 2013
El collar que observaba desde la vidriera de la tienda tenía forma de ojo, con una piedra Ámbar incrustada en el iris. El mirar de una bestia se sentía casi real cuando observabas la joya en el mostrador. Palmeó su costado al sentirse identificada con aquel amuleto, allí donde sus cartas estaban escondidas. Se sintió tonta al desearlo con ansias, ya que no era más que un objeto sin valor útil.
Con un movimiento suave escondió su cabello bajo la capucha y miró con disimulo a la gente que caminaba por la calle principal. En el verano, Tromen era un lugar concurrido y aún en la noche la gente seguía caminando con entusiasmo, paseando y divirtiéndose. Entre las multitudes, Skay no llamaba la atención, nadie parecía percatarse de su presencia y, aun así, agachó la cabeza y se metió en un callejón oscuro.
Sus pasos sonaron con eco, espantando un par de ratas que correteaban por el lugar. Desenfundó sus cartas, que, a pesar de la oscuridad, brillaban tenues. La carta que tomó de entre las demás era del elemento tierra, una que usaba más seguido de lo que le hubiera gustado. El murmullo de la gente que caminaba por la calle llenaba el silencio, aun así, nadie se preocupaba por una chica escondida entre un montón de tachos de basura.
Con un movimiento rápido llamó a su bestia, abriendo así un portal a sus espaldas. Una serpiente cobra surgió desde las tinieblas. Sus movimientos serenos se deslizaban por el suelo hasta ella, la piel escamosa del animal tenía una mezcla de colores, azul con dorado y salpicaduras rojas, un espécimen imposible de encontrar en el mundo donde Skay vivía. Se inclinó y estiró la mano hacia la serpiente, que elegantemente se aferró al cuerpo de la chica, escondiéndose entre sus ropas.
Empujó la puerta de la tienda de antigüedades y se introdujo a un ambiente estrambótico. Las campanillas de la puerta anunciaron su llegada, llamando la atención del joven que atendía el lugar. Un chico que no encajaba para nada con el ambiente, poco mayor que la muchacha vestía ropas modernas y jugaba con una consola en sus manos. La miró con expresión aburrida, y como si con una mirada pudiera echarla la observó con disgusto, a sabiendas que si se tardaba mucho con esa última clienta tendría que irse más tarde y no podría cerrar la tienda temprano como pretendía.
A Skay no pareció importarle el rechazo del encargado, solo entró y observó intrigada el lugar. Saturado con artefactos que apenas podía nombrar el espacio parecía más pequeño de lo que realmente era. Caminó con cuidado de no chocarse con nada, toqueteando un par de cosas que llamaron su atención y le resultaron familiares gracias a sus padres, era normal que en los clanes se usaran cosas antiguas, ya que las nuevas tecnologías nunca habían sido cosas de magos, no, esas siempre serian cosas de humanos.
―¿Puedo ayudarte en algo? ―El tono de voz del empleado no era amable.
―Estoy buscando un regalo, mi hermano cumple años y sé que le gusta esta clase de baratijas —informó mientras levantaba lo que parecía ser un sacacorchos con un montón de utensilios que no sabía para que servían.
―Como verá aquí hay muchas "Baratijas", si me dice que está buscando podría ofrecerle algo.
―Bueno, ¿usted que me recomendaría? realmente no sé qué le puede llegar a gustar a un chico.
El suspiro que soltó el hombre fue exagerado, aun así, Skay no se dio por aludida. Él salió de detrás del mostrador y caminó hacia una esquina. Cuando estuvo a espaldas de ella la exótica serpiente se deslizó desde la manga del pantalón de la chica y comenzó a serpentear por los objetos del lugar. Ella no hizo ningún gesto, dándole ordenes al animal en silencio. Sus mentes eran una sola, por lo que no hubo confusión, el objetivo de su deseo era solo uno, y la serpiente lo obtendría por ella.
El hombre se detuvo frente a un antiguo armario a tiempo en el que Skay pestañeaba rápidamente, le era difícil usar lentes de contacto, habían pasado años desde que sus hermanos se los habían dado y de todas formas le costaba acostumbrarse a ellos. Pero no podía dejarlos porque le hacían ver los ojos negros y eso era suficiente para usarlos siempre que salía de casa. El empleado de la tienda la miró un momento extrañado, pero no dijo nada cuando Skay fingió una sonrisa para distraerlo.
―No sé cómo será su hermano, pero a los hombres le suelen gustar las cosas afiladas. Aquí tengo una colección de cuchillos y dagas antiguas que podrían interesarle —Extrajo un cajón de madera del armario y lo apoyó sobre una mesa cercana. Lo abrió dejando al descubierto un montón de cuchillos llenos de polvo― Podría elegir alguno de aquí.
Skay comenzó a sacar los cuchillos de a uno, fingiendo interés por ellos, mientras su serpiente se arrastraba por la vidriera hacia el único artefacto que realmente le interesaba de aquel lugar. Sacudió el polvo de una daga y luego jugueteó con la punta pinchando su dedo, ninguno de esos cuchillos estaba lo suficientemente afilado como para hacerle algún daño.
―No lo sé... ¿Que haría mi hermano con una tonta daga desafilada que no sirve ni para cortar pan? ¿Untar mantequilla?
―Esas dagas tienen un alto valor para los coleccionistas― Comentó irritado el hombre― De hecho, la daga que tienes en tus manos no vale menos de cincuenta piezas de oro.
―Ya veo... ―reflexionó Skay mientras que con su dedo anular y pulgar la balanceaba en el aire mirándola con desinterés― ¿Tiene usted quizás relojes de bolsillo?
Con una mirada llena de desprecio el hombre se dio la vuelta y caminó un par de metros más adelante donde había un mostrador con diferentes modelos de relojes. A su vez la serpiente introducía el amuleto del ojo de bestia que Skay había visto antes, hasta traerlo dentro de su estómago. La muchacha se inclinó sobre el mostrador observando los diferentes modelos de reloj, a pesar de la falta de lustre los elaborados detalles brillaban, viéndose extremadamente caros.
―Todos son antiguos y con un gran valor. Hay de oro y de plata, todos son modelos únicos y coleccionables hechos por grandes artistas.
―Entonces imagino que ninguno vale menos de cinco piezas de oro.
La mirada que el hombre le lanzó a Skay no fue nada agradable. Obviamente sabía que le estaba haciendo perder el tiempo. La serpiente comenzó a trepar su pierna, escondiéndose entre sus ropas de nuevo. Y Skay se sintió lista para salir de allí lo más rápido posible.
—Señorita si ese es el precio que busca me temo que nada de lo que tenemos aquí le servirá.
―Bueno, supongo que seguiré buscando en ese caso, gracias por su tiempo.
Tan calmada como entró, Skay salió por la puerta haciendo sonar la campanilla. Se introdujo en la multitud de personas a la vez que la gran serpiente desaparecía, dejando un bulto en su bolsillo. Cuando estuvo lejos sacó el botín para contemplarlo. El resplandor de la plata reflejaba las luces de las farolas, mientras que el color del ámbar se veía sobrio.
Sonrió sin darse cuenta, se sentía rara, nunca había robado nada que no fuera totalmente necesario. Intentó no darle demasiadas vueltas y se colocó la cadena rodeando su cuello, dejando que el dije se viera por última vez hasta que lo escondió debajo de sus ropas. Nunca había usado joyas, porque llamaban mucho la atención, no usaba vestidos porque eran difícil correr con ellos, no se peinaba bonito porque su cabello no podía ser visto por nadie y no usaba maquillaje porque resaltaba.
Pero ahí estaba, rompiendo sus propias reglas, conuna joya en el cuello y una tonta sonrisa en el rostro.
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Invocadora de Titanes
FantasiaTras un golpe de estado que derroco al rey anterior, los Magos fueron prohibidos, y por lo tanto cualquier individuo que presentara habilidades mágicas fueron perseguidos hasta la extinción. Aun así, años después de la extinción de los magos nuevas...