Schneider: Planes profesionales

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Entrar al interior de esa casa era como sumergirse en el interior de un cuarto de vapor, con la única diferencia que en vez de vapor lo que permanecía flotando en el aire era humo. La casa de Jared era casi hogareña vista desde afuera, pequeña con un patio descuidado, las luces encendidas iluminaban las ventanas, mientras que el interior era oculto por cortinas azules. Cuando entrabas el ambiente cambiaba por completo, la suciedad y el polvo abundaba, con nula decoración y escasos muebles.

En los sillones descansaban cuatro muchachos que reconoció de la pandilla a pesar de nunca haber cruzado palabras con ellos, en cuanto apareció en el pasillo que llevaba al salón estos lo miraron con expresiones poco amigables, levantando la mirada siniestramente, uno de ellos tenía un vaporizador de cristal en su regazo, liquido rojo brillaba en su interior, apenas lo había comenzado a quemar por lo que el negro apenas comenzaba a mezclarse con la sustancia.

Al reconocerlo lo saludaron con un gesto en su cabeza y continuaron con lo suyo, riendo y conversando, Schneider observó la mesa ratona que tenían en frente, repleta de botellas de cerveza y fernet, varios vasos a medio tomar y un par de botellas de coca cola cortadas a la mitad con un líquido negro. En uno de los extremos había un polvo rojo acomodado como líneas, mientras que varios paquetes de papel descansaban en el centro.

—¿Y Lyam? —Preguntó con tono distraído mientras recogía una de las botellas de cerveza que estaban aún cerradas, para su suerte estaba helada.

—En la cocina —respondió uno de los chicos con los ojos cerrados, mientras a su lado otro tomaba una profunda calada de su pipa, sostuvo el humo en sus pulmones hasta que lo soltó con una larga exhalación.

—Gracias amigo.

La cocina estaba al final del corto pasillo, más allá de las escaleras. Era un cuarto pequeño, donde la mayor parte del lugar estaba ocupado por una mesa redonda hecha de madera, alrededor de ella estaban sentadas dos personas, reconoció al muchacho de piel aceitunada con rasgos aguileños, era Jared, con su usual postura relajada pero imponente, a su lado había un hombre mayor a él, de poco más de cuarenta, con porte firme y barba abundante, las canas comenzaban a nacer sobre sus entradas, tenía en su mano un cigarrillo común que llenaba la cocina de un humo menos visible del que había en el salón.

De pie frente a la heladera se encontraba Lyam, sus cabellos claros brillaban con la amarillenta luz del único foquito que alumbraba el oscuro cuarto, en cuanto lo vio sus rasgos rectos se suavizaron en una amplia y genuina sonrisa. Schneider desvió la vista de los presentes y le devolvió la sonrisa a su viejo amigo.

—¡Schneider! Al fin llegas, te estábamos esperando.

—Vine en cuanto leí el mensaje.

—Ah... quizás no fue tanto tiempo entonces —Soltó con normalidad, sus ojos estaban a media persiana y rojos— Bueno eso no importa, ven te presento —Pasó su brazo por los hombros de Schneider mientras se giraban a ver a los dos hombres sentados en la mesa— Creo que ya conoces a Jared, y este es Francisco, si no me equivoco trabajó en las fuerzas especiales por un tiempo.

—¿Fuerzas especiales? —Se sorprendió Schneider volviéndolo a mirar con intriga.

El hombre se paró tendiéndole la mano para sorpresa del muchacho, los pandilleros no solían ser ni la mitad de educados. Le devolvió el gesto incapaz de rechazarlo.

—Así es, aunque trabajé para el Rey Frederick, antes de que el usurpador haya tomado nuestro gobierno —La voz del hombre era grave y madura, incluso educada, algo diferente a lo que se solía escuchar en las calles.

—Algo así como un perro del Rey ¿no? —Sonrió el muchacho, recibiendo de regreso una mirada fría por parte de aquel militar, Jared soltó una carcajada mientras que Lyam le ponía una mano en el hombro.

Invocadora de TitanesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora