Schneider: El Banco Central del Rio de la Plata

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El Banco Central está ubicado en Reconquista, una angosta calle lateral con varios edificios enormes y antiguos. El banco es un imponente edificio hecho de concreto pintado de blanco, con una elaborada arquitectura basada en sus altas columnas y la torre con un reloj que permanecía en la sima como la cereza del pastel. Y justo a tres metros bajo el cemento se encuentran las cloacas, extensos túneles subterráneos repletos de eses y líquidos desechados.

El chapoteo de las pisadas de seis personas hacía eco dentro de los túneles mientras los recorrían a paso ligero. Traían puesto cuellos que tapaban la mitad de sus caras, permitiendo ver tan solo sus ojos. A la cabeza, Schneider observaba la oscuridad frente a él como si pudiera ver su objetivo allí, esperándolo. A su derecha Lyam corría a su par, sus ojos de un celeste grisáceo se veían claros a pesar de la escasa luz de sus linternas, estaba despejado de cualquier sustancia, alerta para llevar a cabo su tarea en aquel plan.

La linterna de cada uno estaba sujeta a sus armas, grandes, negras y de grado militar. Todos vestían de negro, con una máscara blanca colocada en sus antebrazos, las mismas caretas de los teatros antiguos. Los últimos muchachos de la fila traían dos grandes bolsos colgados a sus espaldas, Ambos chicos eran altos y anchos, destacándose del resto, habían sido contratados por esta misma razón, mientras los otros tenían diferentes tareas tácticas estos dos se encargarían del trabajo físico.

Se detuvieron en cuanto llegaron al lugar marcado por una cinta roja, apuntaron al techo alumbrando así un pequeño túnel oscuro hecho en el concreto que recorría tres metros hacia arriba. Habían tardado todo un mes para poder crear aquel túnel sin hacer ruido y ahora Schneider lo podía ver sintiéndose orgulloso por un trabajo bien hecho. Pero aquello tan solo era un medio para un fin, aún quedaba mucho trayecto para poder sentirse a gusto.

—Bien, Jordán y Hank es su turno —Apuntó Schneider— Terminen el túnel, según mis cálculos tendrían que aparecer dentro de un armario de limpieza así que nadie los verá. Son las doce y cinco minutos, en diez lo quiero hecho ¿Entendido?

Los dos muchachos asintieron mientras dejaban sus bolsos en el suelo y abrían las cremalleras, extrayendo así múltiples herramientas y taladros. Francisco le murmuró algo a Jared quien asintió con la cabeza, Schneider lo observó un momento con el ceño fruncido, intentando ignorar el hecho de cuanto desconfiaba de aquel ex militar. El hombre aún lo miraba ceñudo cada vez que le daba una orden, y aunque las cumplía en silencio no podía evitar sentir que tarde o temprano, en el momento más crítico, podría traicionarlos, razón por la que había creado varios planes de respaldo para sus partes.

—¿Schneider trajiste mis pastillas? —Le susurró Lyam al oído en un gesto íntimo que hizo que se le erizara la piel.

—Por supuesto —Respondió extrayendo de su bolsillo un pequeño frasco con pastillas— No recuerdo el día en que no te de nauseas en alguno de nuestros trabajos.

—Lo siento, sabes que me pongo nervioso.

—Te recuerdo que todo esto fue tu idea —Se burló con una sonrisa.

—Ni me lo recuerdes, es tu culpa por hacerme caso cuando estoy drogado.

—Lo recordare la próxima.

Lyam le guiño el ojo y Schneider sonrió por un momento, aun con la cara tapada por el cuello Lyam se veía encantador, sus ojos claros y su cabello despeinado eran mucho de su atractivo, aun así, la curva de sus mejillas al sonreír le hacían pensar en los hoyuelos que se le armaban en las comisuras de su boca.

Era extraño como después de tantos años de estar con una persona la puedes llegar a conocer a tal punto de creer saber cada uno de sus pensamientos, de reconocer cada uno de sus gestos y adivinar cuál será su próximo paso. Hasta el momento de sentirte cómodo con el hecho de que la otra persona sabe exactamente lo mismo de ti, y todo se vuelve tranquilizante y acogedor.

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