Epilogo

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Sword Leyek caminaba por un corredor hecho de hielo, su expresión fría y apática ocultaba el disgusto que sentía, esa máscara que llevaba a todas horas solo servía para ocultar el odio y el resentimiento que cargaba a todos lados como una pesada mochila de la que no podía deshacerse, y, aun así, lo que realmente carcomía su corazón era más poderoso que cualquiera de esos dos sentimientos.

Se detuvo tras alcanzar una puerta amplia y hecha de hierro reforzado, era custodiada por dos soldados vestidos con armaduras, al verlo inclinaron su cabeza en señal de respeto, acto seguido abrieron la puerta. Entró a un cuarto poco iluminado, utilizado por grandes pantallas que colgaban en la pared, mostrando imágenes de varias cámaras de seguridad, en el centro, había una pantalla mucho más amplia que las demás, donde una imagen blanca iluminaba casi todo el lugar.

Parado en el centro de la sala había un hombre corpulento e imponente. Vestía un traje militar elegante, adornado, sobre su pecho, con relucientes medallas que cubrían casi todo el albornoz. Su expresión era casi tan fría como la del cazador, sus ojos turquesa eran idénticos, mientras que su larga melena rubia contrastaba con la de Sword, una barba crecía bajo su barbilla, reluciendo brillante. Mientras que su piel rosada y pálida, aun no alcanzaba el mismo aspecto fantasmal que la del chico.

—Buenas tardes, Padre —Saludó frio Sword, manteniéndose al margen de la sala, sus ojos eran opacos, sin emociones visibles.

—Tanto tiempo sin verte, hijo —Respondió casi con la misma frialdad el Rey Comandante Woker Leyek sin mirarlo, su atención se posaba en las pantallas que tenía en frente.

—Estuve algo ocupado, mi disculpa padre.

—Ah sí, ocupado cazando a la heredera del clan Silver, eh oído sobre tu gran hazaña.

Sword evitó fruncir el ceño tras escuchar el tono condescendiente que su padre usó al mencionar su última captura. No dijo nada, a pesar de que no tendría que haber razón por la que su padre tenga quejas sobre su trabajo, después de todo no se había ganado el título del mejor cazador de su generación por nada, era el mejor haciendo su trabajo, y nadie lo podía negar, exceptuando a su padre al parecer.

—Según parece también es la última Silver —Aclaró intentando no sonar como un niño buscando la aprobación de su padre.

—Cierto, la última de un linaje presunto Extinto —Declaró con un tono que denotaba decir lo contrario— Y aun así sigue viva ¿Por qué?

Apretando la mandíbula Sword bajó la mirada, se acercó hacia el costado de su padre, intentando verse más seguro de lo que se sentía. Observó la pantalla más amplia, el mismo lugar donde su padre mantenía toda su atención. Pudo ver entonces que la pantalla que tenía en frente realmente no estaba en blanco, la imagen que mostraba era de una habitación de cuatro paredes donde una muchacha aparecía, su cabello rojo intenso caía sobre su rostro, enmarañado y largo hasta el suelo, donde se esparcía en largos y descuidados mechones. Se encontraba sentada abrazando sus rodillas en un rincón, Sword no pudo evitar sentirse disgustado al ver como su carne parecía escasa, permitiendo ver sus huesos bajo la piel pálida y gris.

—Las leyes dictan que los Extintos deben ser cazados con vida, exceptuando en casos extremos donde se tenga que usar fuerza mortal —respondió al fin con voz solemne.

—Conozco las leyes —Soltó con voz severa— Así que vuelvo a preguntar, ¿Por qué la heredera del clan Silver sigue viva?

—Alice estaba a mi lado, si la mataba pudo haberme delatado con mis superiores —Explicó con voz monótona, como si tan solo fuera un robot respondiendo preguntas pre programadas.

—¿Y a que le temes? ¿Qué despidan al hijo del emperador? —Soltó una risa burlona, pero Sword no respondió, permaneció en silencio mientras observaba con expresión apática a su padre— Bien, supongo entonces que lo mismo sucedió con el maldito de Schneider.

Invocadora de TitanesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora