Capítulo 1

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- POV Chloe -

Agosto de 2021


El día que no puedo ir al entierro de la madre de mi mejor amiga algo cambia. Ha habido mil discusiones, la mayoría acababan porque me hacía sentir mal y yo pedía perdón... Esta vez ni siquiera hay discusión: él dice que no necesito ir, que si voy le dejaré solo toda la tarde, pese a que le propongo venir y se niega en rotundo; finalmente me convence de que lo mejor es quedarme con él en su casa. Pocos días antes me había hecho devolver un vestido porque era igual a uno que tenía hace unos años, a su parecer me lo había comprado para rememorar situaciones en los que lo llevé puesto con otros chicos; la verdad es que me lo compré porque me quedaba bien y era cómodo. También tuve que devolver otro vestido, esta vez por ser demasiado escotado...

Hasta ese momento no me había dado cuenta, pero entonces abro los ojos: me ha estado manipulando constantemente, nunca hago nada que no le parezca correcto.

Soy una buena novia porque estoy con él siempre que no estoy en el trabajo, vivo en su piso aunque no pague alquiler —él lo quiere así—. No quedo con mis amigas, mantengo contacto cero con mis amigos, voy a todos sus planes familiares pero él nunca tiene que venir a los míos —incluso me coacciona para que yo no vaya—, visto bajo su aprobación —sin escotes, sin faldas cortas, sin vestidos—. Siempre se hace lo que él dice... Pero ese día algo en mi interior se incendia, reduciendo a cenizas cualquier sentimiento que hasta entonces me mantenía junto a él.

Duermo con él después de pasar la tarde sin hablarnos. En ningún momento sospecha que la taza resquebrajada se ha roto al fin en mil pedazos.

A la mañana siguiente voy al baño, y mientras me preparo para ir a trabajar empiezo a sentir una gran presión en el pecho, lágrimas ruedan sin permiso por mis mejillas, el corazón se acelera hasta el punto que creo que se me saldrá del pecho, me cuesta respirar... Se lo comento, le dio que no creo poder ir a trabajar, que no sé por qué pero no puedo parar de llorar. Para sorpresa de nadie, no le da la más mínima importancia y sigue durmiendo, no sin antes decirme que deje de molestarle por tonterías.

Salgo de su casa como cada mañana y voy al trabajo con un nudo en la garganta, aguantando como puedo las lágrimas que luchan por salir. Aún no sé cómo aguanto la jornada laboral, pero lo hago. Aquella noche vuelvo a casa de mis padres con lo puesto. Nadie me hace preguntas, apenas he mantenido el contacto con ellos en este último año, pero mi habitación está intacta y me reciben con una cálida sonrisa. Eso me parte el corazón, y juro nunca más volver a dejarlos de lado.

Cuatro días después, cuando salgo del trabajo, está esperándome en la entrada del edificio. Si yo no voy a su casa, él vendrá a donde yo quiera que esté. Mi mente colapsa. Vuelve la presión en el pecho, las taquicardias, las lágrimas... Intenta abrazarme y lo rechazo, asustada, lo empujó mientras boqueo como si fuera un pez fuera del agua. No puedo respirar. Vuelve a intentar aproximarse a mí, pero me aparto como si de un asesino en serie se tratara.

—No puedo más, esto me supera, no debería haber tolerado esto ni un solo día, pero lo conseguiste: me anulaste por completo y me convertiste en una muñeca que acataba todas tus órdenes sin rechistar.

Empiezo a actuar como una auténtica maníaca: tan pronto le grito, como me echo a llorar desesperada por coger aire. Me agarro la mejilla, o me retuerzo ligeramente los dedos, o clavo levemente las uñas en mi piel... Necesito sentir que esto es real de alguna forma, porque mi mente está demasiado espesa, demasiado aturdida, demasiado pendiente de que ese ser no se me acerque.

—¿Te estás viendo? Estás loca.

—Me he cansado de que insinúes que voy a ligar, o provocando, por llevar un vestido al trabajo. ¡Hace calor, joder, no me apetece ir en tejanos! Llevo sin ver a mis amigas casi un año, porque según tú: si quedo con ellas soy mala novia por dejarte solo un rato. Y me has obligado a borrar a amigos de mis redes sociales porque, tenerlos es significativo de que voy a ponerte los cuernos —mi cara se llena de lágrimas—. Me has arrebatado todo: mis amigos, mi familia, mi salud mental... ¡No quiero verte! ¡Vete de una vez!

Días más tarde sigue escribiéndome, actuando como si aún fuéramos algo, pese a que yo no le contesto. La culpa, en parte, es mía: me ha anulado hasta tal punto que no soy capaz de decirle que lo nuestro se ha acabado. Me ha convencido de que no puedo encontrar a nadie mejor, que nadie más va a quererme... Es irónico que las palabras de alguien así, que cree que el maltrato es una forma de querer, lleguen a influir en mí de esa forma. Pero lo hace. Ahora mismo soy un un cúmulo de pensamientos negativos y baja autoestima que no entiende porqué se ha dejado maltratar hasta este extremo. En este momento entiendo que nadie puede saber lo difícil que es salir de una relación tóxica hasta que te toca pasar por ello.

Empiezo a ir seguido al médico por varios ataques diarios de ansiedad. Me derivan al psicólogo, y poco tardan en diagnosticarme trastorno de ansiedad generalizada. Me proponen dejar de trabajar, coger la baja, prefiero aguantar los ataques de ansiedad con tal de mantener la mente ocupada, aunque sea con cosas del trabajo.

Por las noches no duermo. Los mareos, la falta de aire, la presión en el pecho, las taquicardias y las lágrimas son mi día a día. Voy de la cama al trabajo y del trabajo a la cama, no me apetece hacer nada, el simple hecho de pensar en salir de casa me da ansiedad. Anticiparme a cualquier suceso, sin saber si va o no a pasar, y buscar cientos de soluciones resulta agotador. Pero lo peor son esos momentos en que mi mente colapsa, entro en un bucle de negativismo y me cuesta horrores silenciar mis propios pensamientos.

Tengo que salir de esta espiral autodestructiva o me perderé por completo, pero aún no sé cómo hacerlo.

Casi dos semanas después decido irme de viaje con dos amigas y un amigo. Esta es mi oportunidad: si yo no puedo dejarle, me dejaría él. ¿Irme de viaje sin su consentimiento? ¿Con un chico en el grupo? Eso es algo impensable...

Y así sucede: desde su punto de vista le he traicionado, no le he sido infiel, pero en su cabeza me he acostado con alguien. Para rematar la faena, subo varias fotos a redes sociales en las que salgo divirtiéndome, haciendo mi vida sin él. Eso le enfurece.

Necesitaba salir de esa relación como fuera, aunque había una excepción: no iba a serle infiel. Eso era lo que él esperaba de mí desde el primer día que nos conocimos, porque sus dos ex novias lo habían sido, y por ello me había destruido la autoestima: por miedo a que yo hiciera lo mismo. Yo no soy de esas, pero se dará cuenta demasiado tarde. Su falta de autoestima y su incapacidad para confiar en los demás le han hecho perderme; pero su maltrato psicológico constante me ha llevado a tenerle miedo. Llegados a este punto, no quiero saber nada de él.

Días después, cuando al fin quedamos para finalizar esta oscura etapa de mi vida, solo se dedica a repetirme que le diga con quién le he sido infiel. Ante mis múltiples negativas, solo salen reproches de su boca y me tacha de mentirosa. Aguanto como puedo, solo quiero que todo esto acabe, me da igual lo que piense de mí. Más de tres veces me repite que lo nuestro se ha acabado; creo que en el fondo espera que yo le suplique perdón, como siempre había hecho... Lástima, la sumisa ha muerto, la maté durante el viaje a base de alcohol y carcajadas.

Y finalmente, para ponerle la guinda al pastel y acabar de autoconvencerme de lo tóxico que es y lo ciega que yo he sido, suelta la mejor de las perlas: «eres una puta, solo hay que ver con cuántos has estado antes de conocerme».

Ni me molesto en contestar, simplemente me marcho para no volver.

Y, por suerte, no he vuelto a verle.

Una canción para sanar su corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora