Capítulo 8

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- POV Naim -

Me despierta el sonido de la ducha. La luz del sol se filtra por las cortinas entreabiertas, pintando el dormitorio con tonalidades doradas. Un gruñido escapa de mi boca cuando intento abrir los ojos por tercera vez sin éxito. Mis párpados se mueven con lentitud, parece que luchen contra la seductora promesa de unos minutos más de descanso. Con el cese del sonido del agua chocando contra el plato de la ducha, decido hacer un esfuerzo por salir de la cama. Un bostezo escapa de mis labios mientras estiro cada músculo de mi cuerpo. Sentir en la planta de mis pies el frío suelo me despierta por completo.

—He usado tu toalla, espero que no te importe.

Una sonrisa juguetona se dibuja en mi rostro al ver cómo las gotas de agua escapan de su cabello ondulado para resbalar por su cuerpo. Todo mi ser se tensa cuando se quita la toalla sin pudor alguno para secarse el pelo antes de empezar a vestirse.

—Me alegra ver que no has huido.

Su sonrisa traviesa ilumina la habitación.

—Esperaba que me abordaras en la ducha —se muerde el labio inferior a sabiendas de que ese gesto me vuelve loco—. Quizá otro día.

—Es la segunda vez que insinúas que quieres seguir viéndome.

No sabría cómo describir su gesto. No esperaba que dijera algo así, eso está claro, pero parece no molestarle en absoluto que me haya percatado de sus intenciones. Más bien diría que se sorprende a sí misma de querer conocerme más.

—¿Y qué hay de ti?

Alzo las cejas al ver un atisbo de inseguridad en sus palabras, hasta ahora siempre ha mantenido sus emociones tras una barrera.

—Estoy a gusto contigo —se acerca y me toca el torso desnudo—. Y creo que ha quedado claro que me atraes mucho —nos besamos con necesidad. Tengo que consumir toda la energía para separarme de ella—. Preparo unas tortitas increíbles, ¿qué me dices?

—Estaría bien desayunar antes de irme. No quiero desmayarme por el camino —su tono es burlón.

—Te acercaré para asegurarme de que eso no pasa.

—No hace falta.

—Tengo que ir a ver a mi madre, así que cogeré la moto igualmente, y tengo un casco de sobra.

—¿Para tus ligues?

No sé hasta qué punto bromea, pero decido seguirle el juego.

—No para cualquier ligue.

Chloe sonríe, ese gesto me basta para entender que mi respuesta ha sido la acertada.

—Déjame tu móvil —extiende su mano mientras espera que se lo dé.

—¿Eres de esas que revisa móviles ajenos? —ella se ríe y yo sigo con la broma—. ¿Qué esperas encontrar? ¿Chats con otras chicas? ¿Pruebas de que soy de fiar? ¿Tal vez porno?

Con lo último suelta una especie de carcajada.

—Te voy a grabar mi número para que no tengas que pedirle a Inés que nos prepare una cita.

Me sigue a la cocina mientras su mirada parece examinar cada rincón del piso. Se detiene frente a una fotografía.

—Es mi madre.

—Se parece mucho a ti, tenéis el mismo color de pelo —hace una breve pausa—. ¿Y tu padre? No he visto ninguna fotografía de él.

—Engañó a mi madre hace cinco años —digo cortante—. Poco después de que te conociera por primera vez. Y hablando de eso, ¿aún sigues cantando? —cambio de tema.

Coge aire profundamente.

—Dejé de cantar poco después de conocernos.

La invito a sentarse en la isla de mi cocina, donde tengo taburetes para poder conversar con mis invitados mientras cocino.

—¿Por qué lo dejaste?

Desvía la mirada y su dedo índice empieza a picar una y otra vez contra la encimera de la cocina.

—Solo era un hobbie —se encoge de hombros.

—Recuerdo que tu voz era suave, dulce y cálida. En seguida llamó mi atención, y no pude dejar de mirarte durante un buen rato. Desprendías un brillo especial sobre el escenario.

—He cambiado.

Su voz es tajante.

Queda claro que no se siente cómoda con ese tema, por lo que decido no seguir preguntando.

—¿Chocolate o nata?

Mira las tortitas en el plato, seguido de cada uno de los frascos que tengo en las manos, y sonríe.

—¿Por qué elegir?

Coge uno de los platos y me quita el chocolate para aplicar una fina capa en la superficie, me acerca el plato y señala uno de los laterales para que lo adorne con dos pompones de nata. Ella misma coge dos tenedores que hay en el escurrecubiertos y me ofrece uno mientras me siento a su lado.

Verla comer las tortitas da gusto: no intenta disimular el hambre y la satisfacción de comer algo que le gusta. Grabo en mi retina cada uno de sus gestos únicos.

—Te has manchado.

Acerco mi pulgar a su labio inferior para limpiar el pegote de chocolate, y antes de que pueda llevármelo a la boca, agarra mi mano y me atrapa entre sus labios. Me estremezco al notar su lengua sobre mi pulgar. Sonríe con picardía y me dedica una mirada traviesa antes de volver a su desayuno.

Su descaro me tiene loco.

Una canción para sanar su corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora