Capítulo 26

309 25 1
                                    

- POV Chloe -

Levantarme para ir a la universidad siempre ha sido un suplicio, hacerlo hoy ha sido una tortura. Sé de sobra que millones de personas van a verme, analizarme, fotografiarme... Disimulo mis ojeras con un poco de corrector y delineo una fina línea negra sobre el párpado superior.

Bebo el café que me ha preparado Naim con desgana. Tengo el estómago cerrado.

Me toca ponerme la misma ropa con la que vine el viernes antes de salir de fiesta: tejanos ajustados y una blusa blanca, corta y ceñida a la cintura, de mangas anchas. Cojo mi cazadora y me dispongo a salir por la puerta cuando Naim me agarra de la cintura, me hace girar sobre mi misma y une nuestros labios con angustia.

—Luego iré a buscarte.

Niego con la cabeza.

—Tarde o temprano descubrirán dónde vivo, salgo a diario para ir a la universidad, y no puedo quedarme aquí oculta eternamente porque no tengo ninguna de mis cosas: ni ropa, ni el portátil, ni los zapatos...

—Tu familia va a matarme, y a mí me va a desesperar no saber hasta qué punto te están molestando mientras yo estoy disfrutando de la calma que me proporciona vivir en las sombras.

—Mi familia y yo nos las apañaremos, no sufras. Seguro que a los dos días se cansan.

No me lo creo ni yo, y Naim tampoco, lo veo en su cara, pero de alguna manera debo consolarme. Ahora mismo todo lo que me queda es autoengañarme hasta que me dé de bruces contra la realidad.

Le beso y acaricio su mejilla para intentar transmitirle la calma que no tengo. Se nota que está desesperado por no poder ayudarme, por dejarme expuesta, pero yo necesito saber que uno de los dos estará bien, ajeno al ajetreo de tener decenas de buitres en la puerta de casa.

Inés me espera dentro del parking de Naim, me da miedo salir al portal y que alguien me reconozca.

—La que ha liado el gilipollas de Gabriel —protesta mi amiga mientras me da el casco.

—Ni lo nombres —rechino los dientes de frustración—. Si me lo cruzo, lo mato.

De camino a la universidad nadie nos reconoce. Es la calma antes de la tormenta, e intento disfrutar de mis últimos minutos de libertad.

Ver la entrada del campus provoca que se me gire el estómago. Unas ganas absurdas de vomitar aparecen, seguidas de una presión en el pecho que me dificulta el respirar, y las taquicardias no tardan en hacer acto de presencia.

En cuanto me quito el casco, los cuchicheos y miradas indiscretas empiezan. Intento normalizar la respiración al notar que me empiezan a sudar las manos.

—Vamos —Inés me coge del brazo para tirar de mí hasta el interior del edificio.

No hay periodistas, ni debería haberlos dentro del campus, no sin permiso del director, así que reservo un momento de la mañana para ir a suplicarle que no les permita el acceso al recinto.

A lo largo de la mañana, varias notificaciones llegan a mi teléfono, la mayoría advierten que me han etiquetado en una historia. Abro un par y concluyo que todas serán similares: "ella está en mi clase", "compartiendo asignatura con la novia de Naim". Si los periodistas aún no sabían dónde estudio, ahora ya lo saben: las muy estúpidas han añadido la ubicación a la historia.

Naim debe estar comiéndose las uñas de los nervios, pues varias veces me escribe al poco rato de que me llegue una notificación. A él también le etiquetan en las mismas que a mí. Seguro que está maldiciendo porque ahora saben dónde encontrarme en las horas lectivas.

Durante la hora del descanso, varios compañeros se acercan curiosos. Yo intento ignorarlos. Respondo vagamente a alguna de sus preguntas símplemente para que me dejen en paz, sin dar detalles ni desvelar cosas importantes.

Al finalizar las clases, Inés se niega a dejar que me vaya sola a casa, pero yo intento que entre en razón.

—Si me voy contigo, solo seré una carga —paseo mi mirada por la entrada del campus—. Míralos, están deseando descuartizarme a preguntas.

—¿Y cuál es tu plan? —protesta—. ¿Ir a casa caminando? Serán veinte minutos con esos buitres persiguiéndote.

Me encojo de hombros.

—Podemos despistarlos con la moto —me anima.

—Ni de broma. No podremos siendo dos subidas en una 125cc.

Mi padre me llama para informarme que está a dos calles, con el coche del trabajo, que tiene los cristales traseros tintados. Si consigo darles esquinazo, podré irme a casa sin que descubran dónde vivo.

Inés y yo pasamos más de diez minutos dando vueltas a cómo puedo conseguir hacer eso. Al final, lo único que se nos ocurre es pedir ayuda al director del centro, que se ofrece a distraer a los periodistas fingiendo dar una pequeña exclusiva. Realmente solo dirá que es cierto que soy alumna en la universidad, cosa que ya saben, pero se hará el loco diciendo que no tiene redes sociales para saber que sus alumnos ya lo han desvelado. No me parece un mal plan, especialmente cuando me permite escabullirme por la puerta de profesores, que da a la calle trasera del edificio.

Inés pasa primero con la moto para informarme de que la calle está despejada. Un profesor me abre la puerta y se lo agradezco enormemente. Corro como nunca antes lo he hecho, ni siquiera en las clases de gimnasia, hasta dar con el coche de mi padre. Prácticamente me tiro dentro como si de una piscina se tratara, cierro la puerta en cuestión de milésimas de segundo, y hasta no estar segura de que no me han seguido, no me permito coger aire.

—Esa es mi niña —sonríe orgulloso mi padre—. Vamos a casa, tu madre te espera con un enorme plato de pasta carbonara.

—Arranca —me apresuro a decir—. Ya hablaremos luego, quiero llegar a casa.

Siento la necesidad de encogerme en el asiento trasero cuando pasamos por la calle perpendicular a la que se encuentran las decenas de periodistas apilados.

—No pueden verte —me recuerda mi padre mientras me observa por el retrovisor.

—Lo sé —digo algo avergonzada por mi actitud—. Perdón, os he metido en un buen lío.

Adoro cuando mi padre sonríe de lado y me mira por el rabillo del ojo. Me da vibras de complicidad.

—Últimamente nuestra vida es muy rutinaria, nos vendrá bien algo de emoción.

Mi madre no piensa lo mismo, aunque se desvive por hacerme ver que me apoya y que Naim le parece un buen chico. Ivy no me deja ni un segundo mientras como, se la pasa preguntándome cómo pienso hacer frente a esas sanguijuelas de los cotilleos.

Cuando acabo de fregar los platos me retiro a mi habitación. Por poco lloro al ver mi cama, y dejarme caer sobre ella es una sensación casi orgásmica. La presión del pecho desaparece al estar en un espacio familiar.

Naim me llama por tercera vez desde que he llegado a casa, pero necesito un momento para mí, así que le envío un mensaje para pedirle que me dé unos minutos de descanso e informarle que le llamaré en una o dos horas.

Una canción para sanar su corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora