9. La verdad tiene consecuencias

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La paz era algo que Piandao nunca había logrado descifrar. Sin importar cuantos días pasara frente al mar escuchando nada más que las olas acariciando la arena y el canto de las aves a la distancia, la paz no estaba ahí para él. Sus pensamientos eran demasiado inquietos y se encontraban llenos de remordimiento, un sentimiento que jamás se iba de su pecho sin importar cuanto quisiera convencerse de que no se arrepentía de ningún suceso ocurrido a lo largo de su vida.

- Buenos días Piandao. - Escuchó la voz de Gyatso acercándose por la derecha.

- Es demasiado temprano monje. - Se quejó como de costumbre. Sin importar cuan desinteresado o molesto se mostrara, el viejo parecía no cansarse de su mal carácter.

- Necesito hablar contigo sobre Korra. - Intervino la voz de Asami, su tono firme y demandante, nada amigable y sin ninguna pizca de tacto. Aquello no era una petición, era una orden. Analizó sintiéndose un tanto aliviado por la hostilidad de aquella voz. Al fin, una interacción que le resultaba familiar.

- Así que ese es su nombre. - Murmuró sin abrir los ojos o mover un músculo mientras su mente se inundaba con imágenes de aquella penetrante mirada de ojos azul claro y cejas grisáceas tupidas y desordenadas. No valía la pena recordar a un espía del Loto Blanco, intentó corregirse sin demostrar disgusto.

- Solo busco saber qué tanto le has contado sobre su vida.

Piandao suspiró. Nada, la respuesta era simple pero su deseo de provocar a la hija de Sato le impedía ser directo.

Quedaba claro que su vida y la de muchos de sus compañeros había sido más simple antes de que ella y el Avatar apareciera en sus territorios... y si quería profundizar en los problemas del Loto Rojo, Hiroshi Sato había tenido mucho que ver en los tropiezos de la organización. - No la conozco, por eso no pude aclarar ninguna de sus dudas. - Decidió ser breve y evitarse problemas. Entre más rápido se fueran mejor.

- ¿Por qué no le dijiste que ella era el Avatar? - Cuestionó la mujer.

- ¿Para qué? No es capaz de manipular ningún elemento. - Se encogió de hombros notando como las preguntas comenzaban a volverse irritantes. No quería hablar de eso.

- Porque es parte de su identidad. - Reclamó.

- ¿Y que se frustrara por ser una inútil? No puede ni pararse bien. ¿De verdad piensas que habría sido capaz de volver a dominar las formas necesarias para controlar los elementos? -

- Cuida tus palabras. - Advirtió la ojiverde con voz fría. - Eso es todo lo que necesitaba saber. - Concluyó y el sonido de sus pasos sobre la arena le indicaron al maestro fuego que la chica se había ido.

- Debiste habernos dicho que ella era el Avatar. - Gyatso murmuró decepcionado.

- ¿Entonces habrían intentado ayudarle de verdad? - Piandao se burló. - No hay nada que nadie pueda hacer por ella. Está viva ¿qué más puede pedir? - Bufó sintiéndose molesto y cansado de hablar al respecto. - Dudo que Asami Sato pueda marcar la diferencia. - Concluyó desahogando la desesperación que sentía en el pecho. Todos sus errores pasados convergían ahí, en un presente lleno de ausencias y desgracias, cargado de fantasmas que se negaban a dejarlo existir.

El Loto Rojo le había enseñado a pensar en el fin del todo. No existía el futuro, tener esperanzas era una tontería. Solo se podía vivir en el momento... pero nada de eso tenía sentido ahora. Lo único que había terminado era el Loto Rojo como tal. Pensó con ironía. ¿A dónde pertenecía él?

- Podríamos haberla ayudado a conectar con el espíritu de Raava. - Gyatso se lamentó.

- ¿El espíritu al que veneran? - Abrió los ojos para enfocar al decepcionado líder espiritual.

- Raava vive dentro del Avatar. - El monje intento explicar algo que el forastero claramente ignoraba.

- Yo no entiendo nada de eso. - Negó con la cabeza. - Vayan a contactar con espíritus entonces. La Guerrera del Sur ya no quiere saber nada de nosotros. Vaya manera de agradecernos por salvarle la vida ¿No?

- Debiste contarle lo que sabías desde un inicio Piandao. - Insistió en algo que no tenía caso volver a mencionar. El pasado no se podía remediar.

- Pero no lo hice. - Respondió tajantemente.

- No eres una mala persona.

Como si supiera. Como si hubiera estado ahí para presenciar lo que sus manos eran capaces de hacer. Gyatso no tenía idea de cómo se veía una mala persona. Piandao había crecido rodeado por malas personas para convertirse en uno de los peores.

- ¡Largo! - Rugió viendo al viejo monje con los ojos inyectados de odio. - No tienes idea de quién soy. - Gruñó.

- Tienes razón. No sé quién eres. Porque es difícil llegar a conocer a alguien que no se conoce a sí mismo. - El monje respondió manteniendo una posición firme y segura.

- Yo sé quién soy. - Bufó. - ¡Soy el asesino del Avatar Aang! - Confesó una verdad que había mantenido en secreto durante años. Ni el Loto Rojo se había enterado de su hazaña.

Los ojos de Gyatso se mostraron sorprendidos antes de comenzarse a llenar de una gran angustia. Al fin una reacción apropiada, pensó satisfecho ignorando el sonido de las pisadas en la arena que se acercaban a toda prisa detrás de él.

Al volver su mirada hacia la izquierda solo alcanzó a ver la mano derecha de Asami antes de que alcanzara a golpearle la quijada con la base de la palma forzándolo a girar la cabeza en la misma dirección que el golpe.

- ¡¿Cómo te atreves?! - Asami bufó sin dejar de atacar, el rostro de Piandao fue castigado con un fuerte puñetazo izquierdo y de nuevo con un codazo derecho que lo hizo caer hacia atrás con el rostro ensangrentado y la mente aturdida.

Así es como se imaginaba debían sentirse las consecuencias de sus actos, pensó vagamente al ver a la hija de Sato abalanzarse sobre él y levantar su puño izquierdo para castigarlo un par de veces más antes de que una fuerte ráfaga de viento empujara a la mujer y la hiciera rodar a un par de metros de distancia.

- ¡Alto! - Ordenó Gyatso sorprendiendo a la ojiverde por un momento mientras Piandao tosía atragantándose con la sangre que le brotaba por la nariz y le bajaba por la garganta.

- ¡Aang tenía una familia y tú se los arrebataste! - Asami reclamó amargamente volviendo a enfocar su atención sobre él.

El Avatar había tenido una familia... si, eso lo supo años después al enterarse de que él mismo se había encargado de ayudar a crecer a uno de sus hijos dentro de los grupos rebeldes.

Vaya manera de enterarse, viendo la cara ensangrentada del idiota atado a un poste frente al castillo del Loto Rojo. Un cobarde desertor entrenando a un espía... quedaba claro que los días del Loto Rojo habían estado contados desde el momento de haberlo conocido más de veinte años atrás. Pensó con ironía antes de perder la conciencia.    

Antología. Futuro Incierto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora