Capítulo 24

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Meses después.

Rebecca sostenía a Richie en sus brazos, lo mecía suavemente con la cabecita en su hombro y cantaba bajo un arrullo, mientras le acariciaba la espalda para lograr calmarlo, su pequeña carita miraba hacia ella.

ㅡDuerme, duerme cielo, duerme, duerme ya ㅡsusurraba la omega, con los ojos entreabiertos, Richie hacía un ruidito por lo bajo, prendido a la camisa pijama de su madre omegaㅡ, pedazo de mi corazón.

Freen se tomó tres segundos para observar el panorama desde la puerta de la habitación, viendo como su omega caminaba lento y con pasos cortitos, acunando al pequeño cachorro. Sonrió, a pesar del cansancio.

ㅡAquí está, cariño ㅡsusurró, con la voz más baja que pudo. Rebecca agradeció y tomó con una mano el termómetro, lo miróㅡ. ¿Logró dormirse? ㅡconsultó la alfa, acercándose y dándole un pequeño beso en la sien, rodeándola y viendo los ojos de Richie abiertos de par en parㅡ Ehm, no.

ㅡAl menos no llora ㅡmurmuró aliviado la menor, sintiendo el calor del cuerpo contra el suyo.

Eran casi las 2am, Richie no se sentía bien, lloraba y parecía que se quejaba de algo que las madres primerizas no entendían, al parecer. El pequeño cachorro era muy tranquilo, por lo general. Se quejaba cuando tenía hambre, cuando se estaba ensuciando o tenía sueño.

Las primeras dos o tres semanas, luego de volver del hospital los tres juntos, habían sido un tanto... complicadas. Rebecca tenía la herida de la cesárea y por eso le costaba un poco poder moverse con facilidad, o más bien la alfa era quien tenía terror de que hiciera mucha fuerza y se abriera, era por ello que evitaba que hiciera la mayor cantidad de movimientos posible. Al principio Rebecca lo veía tierno, bastante tierno, a decir verdad, pero, cuando la alfa llegó al extremo de no apartarse de ella, aun cuando la omega quería orinar, le pidió a su alfa que dejara que hiciera algo por sí misma y a la pelinegra le costó. Bastante. Pero, con los días había vuelto a la normalidad.

Richie dormía en el nido, junto con ellas, por supuesto. Se habían adaptado a su nuevo hogar rápidamente y Rebecca lloró ni bien vió el nido que Freen le había armado, era prácticamente idéntico al que tenían en el penthouse, el lugar era grande, amplio, con grandes ventanas y aún más grandes cortinas. Sus cosas estaban allí cuando llegaron, sus ropas y también la del cachorro.

Freen la había besado con ternura en cada habitación de la casa, cuando recorrieron a paso lento todas y cada una de ellas. A Rebecca le gustaba el jardín, era grande y tenía suficiente lugar para que Richie pudiese entretenerse cuando fuera el momento adecuado.

La alfa, a los ojos de su omega, era sencillamente perfecta. Se tomó licencia el primer mes y medio, con solo algunas conferencias virtuales y Home Office hasta que se acostumbraran a la presencia de Richie, y a entenderlo. Se levantaba por las madrugadas si era necesario, si el cachorro lloraba era la primera en estar pendiente, no dormía hasta que Rebecca lo hiciera también y no le importaba en absoluto que al otro día tuviera que levantarse temprano por algo relacionado al trabajo.

Rebecca era hermosa como madre, Richie la amaba, en todos los sentidos de la palabra. Y era increíble, porque la sentía a la distancia, Freen se reía, porque ambos parecían una oveja y su pequeño cordero, que iban juntos dónde quiera que fueran. El cachorro lloriqueaba cuando no la sentía y le gustaba estar en sus brazos. Descubrieron que le gustaba su aroma, pues la olía siempre y a veces se le escapaban pequeñas sonrisas que hacían a ambas derretirse frente a él, sacarle rápidamente una foto o simplemente admirarlo.

Durante las noches en las que Freen no podía dormir, se les quedaba mirando en completo silencio. Admirando la maravilla en la que estaba viviendo y pensaba, pensaba mucho, en cómo su vida había cambiado por completo gracias a la hermosa omega que resoplaba lentamente en la oscuridad a su lado, y al pequeño cachorro que estaba en medio de ambas. A veces, la pelinegra se quedaba tan cerquita de Richie, que podía oler su aroma natural suavecito, dulzón y mezclado con un pequeño toque del aroma de Rebecca. Su cuerpo pequeño, vulnerable, sus manitas que tomaban sus dedos y lo apretaban estando dormido, y por milésima vez, siente que se le va la vida por él, y vuelve a pensar en qué sería de su vida si no hubiese ido a aquel burdel esa tarde de su cumpleaños y qué sería de ella si esa mañana nevada no hubiera salido y nunca hubiese encontrado a Rebecca en medio de esa tormenta de nieve. Sin dudas, no sería ni un décimo de lo feliz que era. Pero, a veces también creía que el destino tenía sus hilos tejidos y Rebecca era su persona indicada en el mundo y quizás se hubiesen encontrado de todos modos, porque el amor verdadero era así. Tira, con todas sus fuerzas.

BURDEL •Freenbecky•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora